Hay una actitud que la sociedad por lo general no promueve: la humildad. Esto se debe en gran medida a que el mundo no comprende lo que es la humildad. Ante todo, la humildad entraña fe y confianza en Dios, de la misma manera que lo opuesto, la arrogancia, es esencialmente gloriarse de sí mismo y menospreciar a Dios. Una persona humilde cree que Dios es bueno y encuentra la fortaleza necesaria para perseverar en medio de fuertes tentaciones y terribles pruebas; en cambio, el arrogante se distancia de Dios y se encierra en su propia burbuja egocéntrica incapaz de resistir las dificultades ni comprender el significado del sufrimiento.
La esencia de la humildad radica en saber que somos beneficiarios de la generosa e inmerecida misericordia de Dios. Cuando conocemos el amor generoso y compasivo de Jesús, nos damos cuenta de que, en realidad, somos mendigos y no diferentes de aquellas personas que para el mundo son insignificantes; nos damos cuenta de que todos somos hermanos y que estamos llamados a ser solidarios también con los que ocupan “el último lugar” y compartir con ellos el amor que hemos recibido.
Jesús es el ejemplo perfecto de humildad. Fue tan humilde que se hizo llamar hermano nuestro y se identificó con la condición pecadora y la debilidad del género humano, hasta hacerse hombre como nosotros, con el fin de salvarnos. De la misma forma, Jesús nos pide que tengamos la humildad necesaria para aceptar como hermanos a los necesitados y atender a sus necesidades. Jesús siempre vela por nuestros intereses, y nos pide que hagamos lo mismo por el prójimo (Filipenses 2, 4).
En la Misa de hoy, pídele al Señor que te muestre el precio que él pagó para librarte del pecado y deja que su amor te mueva a compartir ese amor con cuantos te rodean. Que todos nos comprometamos a ayudar a nuestros hermanos, para que juntos glorifiquemos a Jesús, ¡nuestro humilde Redentor!
“Señor, enséñame a confiar hoy en tu voluntad y ayúdame a amar y cuidar a quienes tú pongas en mi camino.”
Eclesiástico 3, 19-21.30-31
Salmo 68(67), 4-7. 10-11
Hebreos 12, 18-19. 22-24
Salmo 68(67), 4-7. 10-11
Hebreos 12, 18-19. 22-24
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
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