La luz alumbra, permite ver y da un sentido de orientación y seguridad. La oscuridad engendra incertidumbre, ignorancia, frío y confusión, por eso hay muchos delitos y pecados que se cometen en la oscuridad. En cambio, el sol del amanecer puede aliviar hasta al corazón más atribulado. Las tinieblas y la luz no pueden coexistir; la oscuridad odia la luz y cuando llega la luz, las tinieblas no pueden resistirla y desaparecen.
Muchos cristianos recuerdan hoy la muerte de San Juan Bautista, hecho que contrasta la oscuridad con la luz. Juan fue una luz para el mundo, “una lámpara que ardía y brillaba” (Juan 5, 35), y muchos se sintieron atraídos por él, como más tarde se deslumbrarían con Jesús.
Pero había algunos que le temían a Juan, porque no querían que sus malas acciones salieran a la luz. Éstos no querían entrar en la luz de Juan; aunque se sintieran atraídos, se retiraban por temor. Por ejemplo, Herodes escuchaba a Juan con interés (Marcos 6, 20) pese a que el Bautista le echaba en cara su pecado de adulterio. Sin embargo, Herodes no dejó que la luz entrara en su vida y mantuvo su relación ilícita con Herodías. El remordimiento le hacía temer a Juan, pero más pudo el deseo de resguardar su imagen ante sus amigos. Finalmente, Herodes se hundió por completo en las tinieblas del pecado cuando mandó decapitar a Juan.
Por la fe y el Bautismo en Jesús, los cristianos tenemos la luz de Cristo en nuestro ser. Si dejamos brillar esa luz, otros la verán y se sentirán atraídos, como lo dijo el Señor: “Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa” (Mateo 5, 14-15).
Algunos seguramente escucharán la verdad con escepticismo o temor y no aceptarán al Señor; pero otros se interesarán y aceptarán a Cristo, se llenarán de la luz de Cristo y él les colmará de gozo, paz, seguridad y sabiduría, y podrán desechar el miedo y el sentido de culpa.
“Amado Jesús, tú eres la luz del mundo. Proyecta tu luz, Señor, y alumbra mi oscuridad para que yo siga tus pasos y aprenda a vivir de un modo digno de un discípulo tuyo.”
1 Corintios 2, 1-5
Salmo 119(118), 97-102
Salmo 119(118), 97-102
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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