domingo, 4 de marzo de 2018

PASOS INDISPENSABLES PARA UNA LIBERACIÓN COMPLETA

PASOS INDISPENSABLES PARA UNA LIBERACIÓN COMPLETA

Jesús nos liberó, pero necesitamos asumir concretamente esa liberación cooperando con la gracia de Dios. Para eso, la persona debe:

1) Tener la confianza segura de que sólo Jesucristo puede liberar.

No existe otro nombre dado a los hombres por el cual podamos ser salvos a no ser el nombre de Jesús (cfr. Hech 4,12). “Ven, Jesús, en mi socorro; ¡socórreme sin demora!” Esa oración rezada con fe e insistencia ya es lo bastante para hacernos vencer el ataque de todos los demonios del infierno, porque Dios es infinitamente mas fuerte que todos ellos (cfr. Sal 145, 18-20)

2) Si te has enredado con falsas doctrinas, termina tu vínculo con ellas y con sus participantes.

La tentación de envolverse con el lado oscuro del mundo espiritual es tan vieja como la existencia de la humanidad. Dios nunca dejó de llamar a su pueblo para apartarlo de esas prácticas. La orden para romper con todo eso está resumida en Dt 18, 9-14. La propuesta ofrecida por el ocultismo es la de llevar a la persona a tener un conocimiento por encima de los límites normales y la de obtener cierto poder sobre personas y cosas. Sería como tener una seguridad en el caso de faltarnos Dios -lo que es un absurdo y una monstruosidad. Se trata de la misma tentación que provocó la rebelión del hombre contra Dios: “(…) sus ojos se abrirán, y serán como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gen 3,5) Y tiene como paga las mismas consecuencias: apartarse de Dios es causar la muerte espiritual (cfr. Rom 6,23)

3) Librarse de todo lo que tiene relación con la causa de la opresión: libros, objetos, fotos, amuletos, etc.

La vida nueva traída por Jesús esta llena de alegría y paz. Nada tiene que ver con aquello que se encuentra oculto en las tinieblas. Quien descubre la felicidad de la vida en Dios rompe inmediatamente con todo lo que puede apartar de él. El resultado de la evangelización de Pablo en Éfeso muestra eso perfectamente: “Muchos de los que habían abrazado la fe vinieron a confesar abiertamente sus prácticas, y un buen número de los que se habían dedicado a la magia traían sus libros y los quemaban delante de todos. Se estimó que el valor de estos libros alcanzaba a unas cincuenta mil monedas de plata. Así, por el poder del Señor, la Palabra se difundía y se afianzaba.” (Hech 19, 18-20) Ellos quemaron aquello que descubrieron ser como basura tóxica en su vida. Destruyeron lo que antes les estaba destruyendo. También debemos desprendernos de todos los talismanes, literaturas y objetos supersticiosos. Quien tiene a Dios no necesita de nada de eso. El Padre de los cielos protege a sus hijos de manera que nada les falte.

Muchas cosas que consideras destructivas en tu vida pueden estar clavadas en tus recuerdos y sentimientos. Podemos, también nosotros colocar esas basuras a los pies de la cruz para que sean destruidos por la Sangre redentora y purificadora de Jesús.

Un gesto significativo, que revela esa decisión de arrancar el mal de nuestra vida es permitir que Jesús nos libere de él, puede ser escribir en un papel cual es el mal del cual el Señor nos librará ahora. Y después, junto a un crucifijo, enciende una vela que simboliza la Sangre Redentora de Cristo. En seguida, con mucha fe en la bondad de Dios, coloca el papel en el fuego que, al quemar, significa la destrucción que Cristo hace de nuestros pecados.

4) Confesar a Dios y al sacerdote las cosas erradas en las cuales te envolviste.

No se trata de calmar a un Padre bravo que puede castigarnos, sino de reanudar la amistad con Dios de quien nos apartamos, reconstruyendo nuestra parte de la relación que estropeamos. Cuando alguien desea abandonar su enredo con las fuerzas de las tinieblas, la liberación de esas actividades esclavizantes depende mucho de su disposición de renunciar realmente al demonio y a todas sus obras y de volver a Cristo. La confesión es semejante a una travesía, pues el hombre atraviesa por la confesión de las márgenes de las tinieblas a la margen de la luz, del lado del pecado al lado de la reparación, y de las garras del maligno a los brazos misericordiosos de Dios. La confesión es esencial en ese proceso de conversión. No solo porque la absolución quiebra las cuerdas, suelta a la persona y la “deja libre”, sino también porque es parte importante del proceso de sanación. Por mejor que sea el médico, es imposible curar a un enfermo que esconde la propia herida. 

5) Hacer de libre voluntad y en voz alta la oración de renuncia al mal, al pecado y a las falsas doctrinas.

Quien desea permanecer unido a las fuerzas opuestas a Dios se cierra al poder salvador de Cristo. Es necesario renunciar clara y sinceramente a todo ocultismo, curanderismo, hechicería, magia, supersticiones y adivinaciones. Esas cosas roban en nuestra vida el lugar que es de Dios. La verdadera y total entrega a Dios nos impele a renunciar a todo aquello que nos prende al mal decidiéndonos formalmente a nunca más volver a él.

Declara ahora ese corte:
Señor Jesús, confieso que pequé cuando busqué la solución para mi vida fuera de ti. Perdóname, Señor, por mi ignorancia, por la dureza de mi corazón y por todas las veces que quise pasar por delante, buscando respuestas inmediatas por medio de prácticas prohibidas. Mi Dios, no fue a ti, Señor, que engañé, sino a mi mismo, permitiéndome creer en el error y bebiendo sus consecuencias.
Vengo a recurrir a tu amor misericordioso. Perdóname, Señor. Al aceptar esta oración, la hago de todo corazón, con toda mi inteligencia y con todas mis fuerzas. Virgen María, Madre de Jesús y madre mía, vencedora de las batallas de Dios, aplastadora de la cabeza de la serpiente, Señora que avanzas como un ejército, revestida de gloria y del poder que Dios le concedió, sé, en esta hora, mi intercesora, mi amparo y refugio contra todo mal.
Señor Jesús, por Tu Santa Cruz, por tus llagas, por tu preciosísima Sangre, por Tu Santo y temible Nombre, renuncio, de todo corazón, a Satanás, a todas sus seducciones y engaños, a sus mentiras y facilidades. Renuncio a todo vicio de pecado, a toda esclavitud de mis sentidos, a todo mal contra mi y contra mi prójimo. Mi Dios, renuncio a todo espíritu de sectas secretas, de idolatría, falsas religiones, magias y esoterismo, de brujería, hechicería y espiritismo, a encantamientos, adivinaciones, sortilegios y evocación de muertos. Renuncio a todos los espíritus que fueron invocados sobre mi o sobre mi familia. 
Señor Jesús, te pido quiebres todo yugo hereditario que pesa sobre mi, todas las maldiciones, taras, tendencias al mal. Que todo lo que me fue comunicado por mis antepasados sea tocado por tu Sangre Redentora. Destruye, Señor, todos los efectos de consagraciones hechas a mi persona en el espiritismo, en la magia o en cualquier secta. Renuncio a todos los beneficios o falsos beneficios obtenidos por esos medios.
Señor, no quiero tener parte alguna con nada que te ofenda. Quiero ser tuyo, me entrego enteramente a ti y confieso que Jesús es mi Señor.
6) Acoger, con convicción, la certeza de que Cristo perdona todos tus pecados, y recibir la oración de liberación.

El único pecado que no puede ser perdonado es aquel del cual no nos arrepentimos y por eso no pedimos a Dios que nos perdone. Jesús ya nos perdonó en su cruz de nuestros pecados pasados, presentes y futuros. Todo lo que necesitamos es aceptar su perdón gratuito y total. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Si Él nos perdona podemos confiar que oirá la oración de los hermanos en nuestro favor y nos liberará.

7) Ingresar en un grupo de oración que sea capaz de orar y apoyar, pues la liberación debe ser seguida de un crecimiento en la fe y una vivencia fraterna en el amor de Cristo.

Una de las razones que explican por qué en grupos de oración suceden esas señales es que, cuando las personas se reúnen frecuentemente para orar por los que están sufriendo, ellas forman una comunidad de amor. Donde la personas que se aman encuentran tiempo para orar es donde los cambios suceden.

8) Buscar la vivencia de los sacramentos.

Por causa de nuestra fragilidad, estamos sujetos al sufrimiento, al dolor y a la muerte. Aún así, la vida nueva de los hijos de Dios puede tornarse débil y hasta perderse por el pecado. Jesús, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, nos dio los sacramentos para que pudiésemos, por la fuerza del Espíritu Santo, recibir sanación y salvación. La Eucaristía es el pan de cada día, que se vuelve remedio para nuestra fragilidad de cada día. En la lucha contra el poder de las tinieblas, necesitamos estar robustecidos. Quien fue liberado y curado por Dios necesita ahora fortalecerse por medio de los sacramentos, que son alimentos revitalizantes. Con ellos, el Espíritu Santo nutre en nosotros la vida divina. Ellos confieren la gracia. Jesús en la Eucaristía es el médico y el remedio. Quien quiere recuperarse plenamente jamás debe dispensarse de buscar los sacramentos, especialmente la Eucaristía.

9) Entregarse totalmente a Dios.

Todo nuestro mérito consiste en una total confianza en Dios. Son muchos los que dicen: “Señor, me entrego enteramente en tus manos”; pero son los que se abandonan de verdad, y no apenas de palabras, los que agradan a Dios. Esa entrega equivale a no desmoronarse con las demoras y dificultades que Dios permite que enfrentemos. Es orar como Job: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó: ¡bendito sea el nombre del Señor!» (Job 1,21). Confiar es aceptar con gratitud lo que llegue a nosotros por las manos de la Providencia Divina, sean aflicciones o consuelos, sean desprecios u honras, sabiendo que todo concurrirá para nuestro bien. Confiar es vencer el miedo y los apegos, tirándonos en los brazos de Dios. Por lo tanto, entrégate a Dios, sin miedo. Si Él te colocó en la lucha, está garantizando que no te dejará solo para ser derrotado.

Marcio Mendes,
“Pasos para la sanación y liberación completa” – Editorial Canción Nueva
Adaptación del original en portugués

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