Hechos 2, 37
Las palabras de Pedro sacudieron profundamente a sus oyentes. Jesús de Nazaret, a quienes ellos habían crucificado, ¡era el tan esperado Mesías de Israel! ¿Qué hemos hecho? ¿Qué va a pasar con nosotros ahora?
Así fue como Pedro comenzó. Una vez que explicó quién era Jesús, empezó a enseñar acerca de la buena noticia que Dios había prometido hacía siglos a través del profeta Joel: “Todos los que invoquen el nombre del Señor alcanzarán la salvación” (Hechos 2,21; Joel 3, 5). “¿Incluso nosotros, los que fuimos parte del problema?” “Sí”, Pedro parecía responder, “ustedes también”.
Las palabras del apóstol Pedro son tan claras hoy también para nosotros. ¡Sí! Tú también. Todo el que recurra a Jesús recibe misericordia y nadie queda excluido: “Las promesas de Dios valen para ustedes y para sus hijos y también para todos los paganos que el Señor, Dios nuestro, quiera llamar, aunque estén lejos” (Hechos 2, 39).
Esta es realmente una gran noticia porque todos necesitamos misericordia. Todos sabemos que hemos pecado, aunque esa realidad se oculte en la conciencia; todos tenemos un sentido de que somos culpables ante Dios y que no podemos eliminar esa culpa por nuestra propia cuenta. Por eso, nos preguntamos: “Ahora, ¿qué voy a hacer?”
Pedro contestó sin demora: ¡Arrepiéntanse! Es así de fácil. Simplemente, vuélvete a Jesús, y dile que estás arrepentido por lo que has hecho. Dile que necesitas su perdón. ¡Él te perdonará!
Cuando la gente aceptó las palabras de Pedro, algo más les sucedió y puede sucedernos a nosotros también. Se les perdonaron sus pecados, pero también fueron llenos del Espíritu Santo. En el Bautismo, recibieron el poder de Dios, para vivir de una manera nueva. Lo mismo ocurre cada vez que nosotros confesamos sacramentalmente nuestros pecados y recibimos una nueva efusión del Espíritu.
Ahora mismo, dos mil años después de su resurrección, el Señor está dispuesto a perdonarte y llenarte de su gracia.
La próxima vez que te preguntes “¿Qué voy a hacer?”, recuerda que la promesa de la misericordia es para ti y los tuyos. Confiesa tus pecados y recibe la libertad. Y no subestimes jamás el poder del Espíritu Santo, porque él puede darte una vida nueva.
“Gracias, Señor y Salvador mío, por tu perdón y tus promesas. Ayúdame a entregarme del todo a ti. Ven, Señor, y hazme nuevo.”
Salmo 33(32), 4-5. 18-20. 22
Juan 20, 11-18
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