Hechos 3, 6
Querido lector, te proponemos un caso hipotético: Piensa que estás ordenando objetos antiguos y quitando basura de la antigua casa de un familiar cuando de repente te encuentras con un cuadro que resulta ser una valiosa obra de Renoir. En realidad, lo habías tomado varias veces y lo habías puesto en diversos lugares sin darte cuenta del valor, pero de repente, algo te capta la atención y te das cuenta de que es realmente una obra de arte valiosísima.
Este caso se parece a lo que ocurrió en la primera lectura de hoy. Pedro y Juan iban cada día al templo a orar, y siempre pasaban junto a la puerta “Hermosa”, que los eruditos decían que estaba adornada con bronce repujado y oro bruñido. ¡Debe haber sido en realidad una entrada muy hermosa! Sin embargo, también pasaban junto al mendigo cojo que siempre estaba sentado a lado de la puerta. Al parecer, nunca se habían dado cuenta de él; tal vez parecía insignificante en comparación con la grandeza de cuanto lo rodeaba.
Por alguna razón, el Espíritu Santo les quiso abrir los ojos a Pedro y Juan este día particular cuando pasaban por ese lugar. De repente la atención se les fue al mendigo, y ante la súplica de éste, Pedro le ordenó, con plena confianza, ponerse de pie y recibir su sanación. El hombre obedece y milagrosamente se cura, y se llena de tal emoción que arma una algarabía y todo el mundo lo reconoce, dándose cuenta de que es un valioso miembro de la comunidad.
La belleza del mundo está siempre delante de nuestros ojos y siempre deberíamos apreciarla. Sin embargo, el Señor también quiere que abramos los ojos para ver los tesoros ocultos que hay por doquier; nos quiere enseñar a darnos cuenta de que las personas con quienes nos cruzamos a diario son valiosas para él, pero no sólo para que las veamos, sino para que las tratemos con la dignidad que justamente merecen. ¡Cuánta curación, reconciliación y paz podríamos aportar al mundo si pudiéramos ver el valor y la dignidad que tiene cada una de las personas que vemos cada día! Y lo más extraordinario es que el Señor nos ha dado a nosotros, los fieles, por medio del Espíritu Santo, la posibilidad de orar por los que sufren para que él los sane.
“Dios y Señor mío, enséñame a mirar a las personas con tus ojos y concédeme tu amor y tu compasión para ser un testimonio de tu amor para todos.”
Salmo 105(104), 1-4. 6-9
Lucas 24, 13-35
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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