martes, 10 de abril de 2018

Meditación: Hechos 4, 32-37

La multitud de los que habían creído tenía un solo corazón y una sola alma.Hechos 4, 32

Leyendo los Hechos de los Apóstoles empezamos a vislumbrar el sorprendente cambio de vida que experimentaron los cristianos en la iglesia primitiva. De personas egocéntricas e inclinadas a la murmuración y la confrontación, pasaron a ser creyentes que “pensaban y sentían de la misma manera” (Hechos 4, 32). Allí se acabaron el egoísmo y la codicia, características que evidencian todas las gentes de todas las épocas, y surgió una generosidad que satisfacía las necesidades de todos los miembros de la Iglesia. Sobre esto Lucas dice que “Dios los bendecía mucho a todos” (Hechos 4, 33).

¿A qué se debía semejante cambio? Lo dice claramente el mensaje que proclamaba la Iglesia primitiva: a que tenían presente el Nombre, la vida, la muerte redentora y la resurrección gloriosa de Jesús, el Salvador del Mundo. Los primeros cristianos sabían, por la predicación del Evangelio y su vivencia personal, que la resurrección de Cristo era una fuente de poder para toda la humanidad.

En efecto, la resurrección de Jesús transformó todo el orden mundial, porque en ella, Cristo puso fin al viejo orden del pecado, venció a Satanás y cambió los criterios del mundo. Por el Bautismo y la fe en su muerte y su resurrección, cada miembro del Cuerpo de Cristo puede resucitar con él y recibir poder para vivir la vida nueva. Sí, ahora podemos tener la victoria en el combate contra los impulsos desordenados de la naturaleza pecadora.

La generosidad que tenían entre sí los integrantes de la Iglesia en Jerusalén es digna de ser destacada. Como evidencia del nuevo orden instaurado por Cristo Jesús, las antiguas barreras y el egoísmo causados por el pecado fueron derribados; el fruto del Espíritu (en este caso, la unidad y la generosidad) abundaba entre los fieles cristianos. Tanto movió a algunos el amor de Dios, que el levita José de Chipre vendió su propiedad y entregó el producto a los apóstoles (Hechos 4, 36-37). ¡Qué señal más patente de la acción del Espíritu en la Iglesia!

Oremos para que nosotros también seamos transformados por el poder de la resurrección del Señor y que el Espíritu Santo nos cambie completamente.
“Padre celestial, te rogamos que, por el poder de la resurrección de Jesús, nosotros también lleguemos a ser cristianos generosos y llenos de amor, para que reflejemos, de palabra y obra, la victoria de Cristo sobre los poderes del mal.”
Salmo 93(92), 1-2. 5
Juan 3, 7-15
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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