La Anunciación del Señor
Cuando María escuchó el mensaje de la Anunciación sabía que, aun siendo virgen, la gente podía acusarla de fornicación y condenarla a muerte según la Ley, pero tuvo una fe admirable en Dios y respondió: “Que Dios haga conmigo como me has dicho” (Lucas 1, 38). Este es el gran “Sí” de María, lo que también se conoce como su “fiat”, que significa “hágase”.
¿Cómo pudo María superar sus temores naturales y aceptar la voluntad de Dios, ante las graves consecuencias a las que se exponía? Era ella una joven de oración, que amaba mucho a Dios y atesoraba las palabras que escuchaba en la sinagoga. El Todopoderoso la había escogido desde antes de nacer y luego le dio a conocer algo de su maravilloso plan para la salvación del mundo.
La Virgen María, como la mayoría de los judíos y los fieles cristianos, sabía que Dios era el Creador increado y que estaba muy por encima de la creación y sin embargo estaba allí presente en ella; que Dios amaba a su pueblo y que hizo lo necesario para librarlo del pecado y reconciliarlo consigo.
Ahora bien, en los siglos pasados se ha visto un cambio drástico en la cultura actual respecto a Dios, en la que está prevaleciendo la corriente del relativismo. Muchos tratan de definir a Dios según lo que entienden o se imaginan, y afirman que Dios tiene que ser comprensible para su mente, es decir, se hacen un “dios” a su imagen y semejanza. Y hay teólogos y filósofos contemporáneos que han comenzado a negar la existencia de Dios o presentarlo solamente como una fuerza impersonal lejana a la humanidad y ajena a lo que sucede en el mundo de hoy. Este es un razonamiento herético que, lamentablemente, contamina y engaña completamente a la sociedad actual.
Lo cierto es que para conocer la verdad hay que aceptar por la fe la revelación que Dios hace de sí mismo, porque siendo espíritu, a Dios sólo se le puede conocer auténticamente por revelación del Espíritu Santo, que recibimos en el Bautismo, la Confirmación y en todos los sacramentos. Querido lector, medita sobre estas cosas en tu oración y pídele al Espíritu de Dios que te permita conocer la verdadera realidad del Dios que te ama y te creó.
“Padre eterno, quiero decirte que sí, como María, para que pueda yo recibir la revelación de tu amor y tu poder.”
Isaías 7, 10-14
Salmo 40(39), 7-11
Hebreos 10, 4-10
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