Cuando Jesús resucitado envió a sus discípulos a predicar el Evangelio, no les explicó exactamente qué cosa era el “Evangelio” y tampoco les dijo cómo debían anunciarlo.
Por supuesto, los apóstoles sabían cuál era el mensaje esencial que le habían escuchado anunciar a Jesús durante tres años. Es posible que el Señor no les haya dado una fórmula específica para anunciar el mensaje, porque sabía que el Evangelio es mucho más grande que cualquier fórmula. Porque el Evangelio llega a cada persona de una manera diferente, y un breve párrafo sería incapaz de captar toda su magnificencia. Pero, ¿cómo podemos hacerlo nosotros que nunca convivimos con Jesús?
Una buena manera es seguir el ejemplo de María Magdalena. La Tradición la llama “apóstol de los apóstoles” y la primera evangelizadora, porque ella fue la primera que anunció la resurrección de Cristo. Pero ¿cómo lo hizo? Simplemente relatando lo que había experimentado personalmente: “¡He visto al Señor!” (Juan 20, 18). Estas breves palabras iban cargadas de una auténtica alegría y de la fuerza del testimonio, al punto de que captaron la atención de los apóstoles a pesar de la tristeza que les embargaba.
Tú tampoco necesitas ninguna credencial ni formación especial para dar testimonio. Sólo tienes que compartir con otras personas lo “buenísima” que es la buena noticia. Puedes decirles, por ejemplo, el gran alivio que sentiste cuando descubriste que todos tus pecados habían sido perdonados y que ahora tú le perteneces a Cristo. O cómo sientes la presencia de Dios cuando estás en Misa, y cómo su presencia te reconforta y te reanima. Diles, por ejemplo: “Esto es lo que he oído yo mismo; esto es lo que yo siento. Esto es lo que Dios ha hecho por mí.”
Y si al principio te sientes incómodo al compartir estas cosas, no te preocupes. Ni siquiera tienes que decir una palabra: Deja que la alegría, la paz, la esperanza que tienes hablen por ti. Si en realidad tratas de seguir a Jesús de la mejor manera posible, tu testimonio puede ser muy eficaz. Y eso no es demasiado difícil, ¿verdad? Ahora bien, cuando quienes vean tus actitudes de paz, alegría y disposición a servir y te pregunten a qué se debe, entonces puedes compartir tu fe con sencillez y confianza.
“Jesús, Señor y Dios mío, abre mi corazón para escuchar tu palabra; abre mis ojos para verte en el trabajo y en cualquier lugar; abre mi boca para anunciar la buena noticia de tu amor salvador.”
Hechos 4, 13-21
Salmo 118(117), 1. 14-21
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