Salmo 91
El Salmo 91 es un canto de acción de gracias al Altísimo por su providencia, por sus obras magnificas y sus profundos designios, por su misericordia y fidelidad. Por tanto, quiere ante todo estimular en nosotros la gratitud –«es bueno dar gracias a Señor»–. Muchos salmos insisten en dar gracias a Dios, pero para agradecer es preciso descubrir que recibamos, reconocer que todo nos viene de Dios, que todo es gracia.
En el contexto de la liturgia de este domingo, el salmo –del que sólo se incluyen unos pocos versículos– agradece sobre todo la vitalidad y la pujanza que Dios comunica al justo.
¿La razón? Está «plantado en la casa del Señor».
Muchas veces la Biblia utiliza esta imagen para indicar lo que supone vivir en Dios.
El hombre que confía en el Señor es como un árbol plantado junto al agua, que está siempre frondoso y no deja de dar fruto; en cambio, el que confía en sí mismo es como un cardo en el desierto, totalmente seco y estéril (Jer 17,5-8).
Las imágenes hablan por sí solas. Dios es la fuente de la vida y sólo el que vive en Dios tiene vida. Toda la vitalidad personal –el estar «lozano y frondoso»– y toda la fecundidad –el dar fruto– dependen de estar o no «plantados en la Casa del Señor». Y ello, a pesar de las dificultades, a pesar de la sequía del entorno, a pesar de la vejez... A la luz del evangelio de hoy, este salmo ha de acrecentar en nosotros el deseo de echar raíces en Dios para germinar, ir creciendo, dar fruto abundante... Por los demás, así testimoniaremos que «el Señor es justo», que en Él no hay maldad y hace florecer incluso los árboles secos (1a Lectura).
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