Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
Mateo 8, 22
El Evangelio de hoy nos propone que todo el que aspire a ser seguidor de Cristo ha de aceptar y asumir la posibilidad del sufrimiento, las adversidades y la pasión como paso obligado. Aquello que Jesús dijo de que “las zorras tienen madrigueras y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” sigue el estilo oriental de plantear dos ideas positivas para enfatizar luego una negativa.
Pero antes, San Mateo nos da un detalle que no quería pasar por alto: “Jesús, al verse rodeado por la multitud...” Las multitudes se reúnen cerca del Señor para escuchar su palabra, ser curados de sus dolencias materiales y espirituales; buscan la salvación y un aliento de vida eterna en medio de los trastornos de este mundo.
Hoy también sucede algo parecido en nuestro mundo de hoy: todos tenemos necesidad de Dios, de saciar el corazón de los bienes verdaderos, como son el conocimiento y el amor a Jesucristo y de una vida de amistad con él. Si no lo hacemos, caemos en la trampa de querer llenar nuestro corazón de otros “amores” o “ídolos”, que no pueden dar sentido a nuestra vida: los aparatos electrónicos, las redes sociales, la búsqueda de pasatiempos o diversiones, el trabajo desenfrenado para ganar más dinero, el supuesto desafío de tener más y mejores cosas que el vecino. Es lo que les pasa a muchos actualmente.
En medio de todo este constante ruido ensordecedor de voces, ideas y tendencias que nos exigen, nos tientan y nos arrastran con la corriente del mundo, resuena el grito lleno de fuerza y de confianza de San Juan Pablo II cuando hablaba a la juventud: “Se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo.” Esto es absolutamente cierto, pero es preciso desprenderse de todo aquello que nos ata a una vida demasiado materializada y cierra las puertas al Espíritu. Esto es lo mismo que proclamaba y enseñaba el Señor.
A su vez, San Gregorio Magno nos recuerda: “Tengamos las cosas temporales para el uso, las eternas en el deseo; sirvámonos de las cosas terrenales para el camino, y deseemos las eternas para el fin de la jornada.”
“Amado Jesús, enséñame a centrar mis aspiraciones en ti y tu enseñanza. No permitas que me deje arrastrar por la corriente del mundo y, más bien, dame fuerzas para mantenerme fiel, firme y contento contigo.”
Amós 2, 6-10. 13-16
Salmo 50(49), 16-23
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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