viernes, 6 de julio de 2018

Meditación: Mateo 9, 9-13

Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
Mateo 9, 13


Leví era recaudador de tributos y colaborador con el Imperio Romano, que había dominado y mantenía sometido a su pueblo. Lo hacía con el fin de ganar dinero y todos sabían que exigía a sus compatriotas más impuestos de lo que establecía la ley y se llenaba los bolsillos con el sobrante. Por eso era despreciado por su propia gente y usado por los romanos, sin duda un hombre amargado y solitario. Probablemente las únicas “amistades” que tenía eran las de su mismo oficio, gente interesada sólo en el dinero, de modo que no podía fiarse de nadie.

Pero un día Jesús se le cruzó por el camino. El Señor, mirándolo con amor, simplemente le dijo: “Sígueme”. ¿Qué fue lo que Leví—más tarde llamado Mateo—vio en Jesús que lo llevó a dejarlo todo y seguirlo? Por primera vez encontraba a alguien que no lo insultaba ni lo rechazaba, sino que le expresaba una aceptación completa. Nada había hecho él para merecer la atención de Cristo, sin embargo, el Señor lo llamaba.

El hecho de que Jesús deseara cenar en casa de Mateo también era algo increíble, señal de salvación para unos, escándalo para otros. En los días de Jesús, sentarse a la mesa con alguien era indicación de aceptación y amistad. Los fariseos evitaban el trato con los pecadores para no contaminarse, de modo que cenar con un publicano era especialmente escandaloso.

Jesús no dudó en arriesgar su reputación por amor a Mateo; pero los fariseos no conocían este tipo de amor. Viendo sus miradas de censura, les dijo: “Vayan y aprendan el significado de estas palabras: ‘Lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios.’ Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores” (Mateo 9, 13).

Ninguno de nosotros es digno del Reino de Dios; todos necesitamos ser perdonados; hasta los fariseos que se creían “justos” necesitaban la misericordia de Dios para entrar en el Reino. A veces los “justos” tienen el corazón más duro que los “injustos”; sin embargo, el Señor ofrece la salvación a todos por igual. ¿Cómo le responderás tú a Cristo, que te llama a seguirlo?
“Señor Jesús, no soy digno de recibirte, pero me siento sumamente honrado de que tú quieras salvarme. Por eso, te recibo con el corazón abierto y acepto la tierna y poderosa acción de tu amor para mi sanación.”
Amós 8, 4-6. 9-12
Salmo 119(118), 2. 10. 20. 30. 40. 131
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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