sábado, 1 de febrero de 2020

A una orden de Cristo se produce la calma


«¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» (Mc 4,41)

Me dispongo a hablaros, con la gracia de Dios, sobre la lectura del santo evangelio que acabamos apenas de escuchar, para exhortaros en él a que frente a las tempestades y marejadas de este mundo, no duerma la fe en vuestros corazones. Porque —se dice— «no es cierto que Cristo, el Señor, tuviera dominio sobre la muerte, como no es verdad que lo tuviera sobre el sueño: ¿o es que el sueño no venció muy a pesar suyo al Todopoderoso mientras navegaba?». Si tal pensáis, duerme Cristo en vosotros; si por el contrario está en vela, vigila vuestra fe. Dice el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. Luego también el sueño de Cristo es el signo de un sacramento. Los navegantes son las almas que surcan este mundo en el madero. También aquella barca era figura de la Iglesia. Además, todos y cada uno son templo de Dios y cada cual navega en su corazón: y no naufraga, a condición de que piense cosas buenas.

¿Has escuchado un insulto? Es el viento. ¿Te has irritado? Es el oleaje. Cuando el viento sopla y se encrespa el oleaje, zozobra la nave, zozobra tu corazón, fluctúa tu corazón. Nada más escuchar el insulto, te vienen ganas de vengarte: si te vengas, cediendo al mal ajeno, padeciste naufragio. Y esto, ¿por qué? Porque Cristo duerme en ti. ¿Qué quiere decir que Cristo duerme en ti? Que te has olvidado de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de Cristo, vele en ti Cristo; piensa en él. ¿Qué es lo que pretendías? Vengarte. Se apartó de ti, pues él mientras era crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

El que dormía en tu corazón, no quiso vengarse. Despiértale, piensa en él. Su recuerdo es su palabra; su recuerdo es su voz de mando. Y si en ti vela Cristo, te dirás a ti mismo: ¿Qué clase de hombre soy yo, que quiero vengarme? ¿Quién soy yo para permitirme amenazar a otro hombre? Prefiero morir antes que vengarme. Si cuando estoy jadeante, rojo de ira y sediento de venganza abandonare este cuerpo, no me recibirá aquel que no quiso vengarse no me recibirá aquel que dijo: Dad y se os dará, perdonad y seréis perdonados. Por tanto, refrenaré mi ira, y retornaré a la paz de mi corazón. Increpó Cristo al mar y se hizo la calma.

Y lo que acabo de decir de la iracundia, tomadlo como norma en todas vuestras tentaciones. Nace la tentación: es el viento; te alteras: es el oleaje. Despierta a Cristo, que hable contigo. Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! Que ¿quién es éste a quien el mar obedece? Suyo es el mar, porque él lo hizo. Por medio de la Palabra se hizo todo. Imita más bien a los vientos y al mar: obedece al Creador. A una orden de Cristo el mar oye, ¿y tú te haces el sordo? Oye el mar, cesa el viento, ¿y tú estás que bufas? ¿Qué? Lo digo, lo hago, lo realizo: ¿qué otra cosa es eso sino bufar y negarse a recobrar la calma a una palabra de Cristo?

En los momentos de perturbación, no os dejéis vencer por el oleaje. No obstante y puesto que al fin y al cabo somos hombres, si soplare el viento, si se alborotan las pasiones de nuestra alma, no desesperemos: despertemos a Cristo, para que podamos navegar con bonanza y arribar al puerto de la patria.

Agustín de Hipona
Sermón: A una orden de Cristo se produce la calma
«¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» (Mc 4,41)
Sermón 43, 1-3: PL 38, 424-425

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