«He aquí el Señor Dios que viene con poder; viene para iluminar nuestra mirada» (Is 35,4-5).
El Padre de la luz (Jc 1,17) invita a los hijos de la luz (Lc 16,18) a celebrar esta fiesta de luz: » Acercaos y sed inundados de claridad «, dice el salmo (33,6). De hecho, » el que habita una luz inaccesible » (1Tm 6,16) se dignó hacerse accesible; él descendió en la desnudez de la carne para que lo débil y lo pequeño puedan subir hasta él. ¡Qué descenso de misericordia! «Inclinó los cielos «, es decir las cumbres de la divinidad, » y descendió » haciéndose presente en la carne, » y una nube oscura estaba bajo sus pies » (Sal. 17,10)…
¡Oscuridad necesaria para devolvernos la luz! La luz verdadera se escondió bajo la nube de la carne, (cf Ex 13,21) nube oscura por su semejanza con «nuestra condición humana de pecadores» (Rm 8,3)… Ya que la verdadera Luz hizo de la carne su escondite, ¡Que los mortales nos acerquemos hoy al Verbo hecho carne para dejar atrás las obras de la carne y aprender a pasar, poco a poco, a las obras del Espíritu! Que nos acerquemos pues, hoy, ya que un nuevo sol brilla en el firmamento. Hasta este momento encerrado en el pueblo de Belén, en la estrechez de un pesebre y conocido por un pequeño número de personas, hoy viene a Jerusalén, al templo del Señor. Está presente ante varias personas. Hasta ahora, tú Belén, te alegrabas, tú sola, de la luz que nos ha sido dada a todos. Orgullosa de tal privilegio de novedad inaudita, podías compararte con el mismo Oriente por tu luz. Mejor aún, cosa increíble, había dentro de ti, en un pesebre más luz que en el mismo sol cuando se levanta el día…Pero hoy, este sol se dispone a irradiar en todo el mundo. Hoy es ofrecido en el templo de Jerusalén, el Señor del templo.
¡Ojalá mi alma pudiera arder en el deseo que inflamaba a Simeón, para que merezca ser el portador de una luz tan grande! Pero si el alma primero no ha sido purificada de sus faltas, no podrá ir » al encuentro de Cristo sobre los nubarrones » de la verdadera libertad (1T 4,17)… sólo entonces podrá gozar con Simeón de la luz verdadera y, como él, irse a paz.
Adán de Perseigne, abad cisterciense
Sermón:
Sermón 4 para la Purificación.
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