“Cuando levantéis al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”
La capacidad de maravillarse es la fuente en la cual los filósofos sacan su gran saber. Encuentran y contemplan los prodigios de la naturaleza, como por ejemplo los temblores de la tierra, los truenos…, las eclipses de sol y de luna, y sobrecogidos por estas maravillas, buscan las causas de las mismas. Es así que a través de pacientes búsquedas y largas investigaciones, alcanzan un saber y una sutileza remarcables, a las que los hombres llaman “filosofía natural”.
Pero hay otra forma de filosofía aún más elevada, que está por encima de la naturaleza, y a la cual se llega igualmente por la capacidad de maravillarse: es la filosofía de los cristianos. Y no cabe duda alguna que, entre todo lo que es propio de la doctrina cristiana, es particularmente extraordinario y maravilloso que el Hijo de Dios, por amor al hombre, haya consentido en ser crucificado y morir en una cruz… ¿No es sorprendente que aquel hacia quien debemos tener el máximo temor respetuoso haya experimentado un miedo tal que le hizo sudar agua y sangre?... ¿No es sorprendente que aquel que da la vida a toda criatura haya soportado una muerte tan innoble, cruel y dolorosa?
Así, los que se esfuerzan en meditar y admirar este “libro” tan extraordinario que es la cruz, con un corazón dulce y una fe sincera, alcanzarán un saber más fecundo que muchos otros que estudian y meditan diariamente los libros ordinarios. Para un cristiano, éste libro es objeto de estudio para todos los días de su vida.
San Juan Fisher (c. 1469-1535)
obispo, mártir
Sermón para el Viernes Santo
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