Le rogó que fuera a curar a su hijo, que se estaba muriendo. (Juan 4, 47)
Hoy volvemos a encontrar a Jesús en Caná de Galilea, donde hace un nuevo milagro: la curación del hijo de un funcionario real. Lo que llama la atención de este nuevo milagro es que Jesús actúa a la distancia, no acude a Cafarnaúm para curar directamente al enfermo, sino que sin moverse de Caná hace posible el restablecimiento: Le dice el funcionario: “Señor, ven antes de que mi muchachito muera.” Jesús le contestó: “Vete, tu hijo ya está sano.” (Juan 4, 49-50).
De esta forma, Cristo demuestra que tiene poder sobre todas las cosas y en cualquier parte. Esto nos recuerda a todos nosotros que podemos hacer mucho bien a distancia, es decir, sin tener que hacernos presentes en el lugar donde se nos solicita nuestra generosidad. Así, por ejemplo, ayudamos al Tercer Mundo colaborando económicamente con nuestros misioneros o con entidades católicas que están allí trabajando. Ayudamos a los pobres de barrios marginales de las grandes ciudades con nuestras aportaciones a instituciones como Caridades Católicas, sin que debamos pisar sus calles. O, incluso, podemos dar una alegría a mucha gente que está muy distante de nosotros con una llamada de teléfono, una carta o un correo electrónico.
Muchas veces nos excusamos de hacer el bien porque no tenemos posibilidades de hacernos físicamente presentes en los lugares en los que hay necesidades urgentes.
La distancia no es ningún problema a la hora de ser generoso, porque la generosidad sale del corazón y traspasa todas las fronteras. Como diría San Agustín: “Quien tiene caridad en su corazón, siempre encuentra algo que dar.”
Pero el bien que hacemos no ha de limitarse a aportar dinero o bienes materiales; también hemos de rezar por esas personas necesitadas y, si es posible, compartir con ellas la buena noticia de la salvación; es decir, no solo darles ayuda social o económica, sino evangelizarles. Esto es algo que piden, por ejemplo, los habitantes de la Amazonía. Los católicos les dan ayuda social, pero los evangélicos les hablan de Cristo. Nosotros también debemos hacerlo, pues a eso nos mandó el Señor.
“Cristo, Señor y Salvador mío, ayúdame a ser generoso y también compartir la buena nueva de la salvación.”
Isaías 65, 17-21
Salmo 30 (29), 2. 4-6. 11-13
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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