Evangelio según San Mateo 17,1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.
Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz.
De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús.
Pedro dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías".
Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo".
Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor.
Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: "Levántense, no tengan miedo".
Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo.
Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos".
RESONAR DE LA PALABRA
Deslumbrados por la luz de Dios
Para los que entienden la Cuaresma como un tiempo centrado sólo en la penitencia, la conversión o en meditar cómo nos va a castigar Dios por nuestras malas acciones, es muy conveniente reflexionar cuidadosamente sobre las lecturas de este domingo.
Ninguna de las tres lecturas tiene una palabra negativa. Todas nos hablan en positivo. La primera es la bendición de Dios sobre Abraham. Ciertamente, Dios pone a prueba la fe de Abraham. Le invita a salir de su tierra, a dejarlo todo. En ese viaje hacia lo desconocido no cuenta más que con la promesa de Dios. Y, lo que es mejor, con su bendición. Tres veces sale en esa lectura el verbo “bendecir”. Es una bendición que recae sobre Abraham, su familia y sus descendientes. Parece que el encuentro con Dios le dio a Abraham un nuevo norte, un nuevo sentido para su vida. Dios le invita a salir de su tierra pero no para ir a sufrir sino para llegar a una tierra donde recibirá la bendición del Señor.
La segunda lectura nos abre más la perspectiva. La salvación de Dios no es sólo para Abraham sino para todos. Desde antes de la creación, nos dice san Pablo, Dios dispuso darnos su gracia, nos salvó. La salvación no depende de nuestros esfuerzos ni méritos sino de la pura gracia de Dios que nos la ofrece gratuitamente. En este tiempo estamos: tiempo de gracia, de salvación, de presencia entre nosotros del amor gratuito de Dios.
El Evangelio nos ofrece el relato de la Transfiguración. Es un relato sorprendente. Parece que en un momento dado los apóstoles quedaron deslumbrados con la personalidad de Jesús. Vieron claramente cómo se manifestaba en él la gracia, el poder, el amor y la salvación de Dios. Se sintieron confirmados en su fe. Se dieron cuenta de que, a pesar de que en algún momento les podía resultar más o menos difícil seguir a Jesús, lo que iban a encontrar si le seguían hasta el final, era la luz, la salvación, la gracia. El mensaje del Padre nos invita precisamente a seguir a Jesús: “Este es mi Hijo, escuchadle.”
Tres lecturas, pues, que nos invitan a tomar el camino adecuado, a salir de nuestra tierra, de la vida a que nos hemos acostumbrado para ir a la tierra donde encontraremos la bendición de Dios (1ª lectura). Para descubrir que la salvación de Dios nos ha sido ofrecida desde siempre (2ª lectura). Para dejarnos deslumbrar por la luz de Dios (Evangelio). No es, por tanto, Cuaresma un tiempo de oscuridad. En la oscuridad vivíamos antes de la Cuaresma. Ahora se nos invita a abrir los ojos a la luz. Lo que pasa es que, a veces, la luz, cuando es mucha, deslumbra y nos hace falta algo de tiempo para acostumbrarnos. Para eso es la Cuaresma, para acostumbrarnos a la luz.
Para la reflexión
¿Qué zonas de oscuridad hay en mi vida personal, familia, relaciones, trabajo? ¿Qué hago para abrir mis ojos a la luz de Dios? ¿Leo la Biblia a diario? ¿Hago alguna oración? ¿Rezo solo o con mi familia? ¿Qué hago para compartir con otros la luz que Dios me ha regalado?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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