Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz. Juan 7, 28)
Cuando los jefes religiosos buscaron a Jesús para darle muerte, él los enfrentó con serenidad, pero decidido a cumplir la voluntad de su Padre. Él sabía cuál era su identidad, de dónde venía y adónde iba; pero le pareció necesario cuestionar la afirmación de sus opositores de que ellos lo conocían. Posiblemente se nos ocurra preguntar ¿por qué no reconocieron que en él actuaba el poder de Dios, o el amor de Dios que se manifestaba en sus palabras? El libro de la Sabiduría nos da una respuesta: “Así discurren los malvados, pero se engañan; su malicia los ciega” (Sabiduría 2, 21).
Los detractores de Jesús pensaban que conocían al Señor, pero se equivocaban porque el verdadero entendimiento de la Persona de Cristo viene solamente por revelación. Esta es la esencia de la oración: Buscar humildemente la presencia y la sabiduría de Dios. Cuando uno reconoce su absoluta necesidad y su condición de pecador, puede presentarse ante el Señor para que el Espíritu Santo le llene el corazón y la mente de la verdad divina, una verdad que transforma y enseña.
San Agustín explicó cuál es la diferencia entre conocer algo acerca de Dios con la mente natural y hacerlo mediante una revelación: “Cuando joven, ambicionaba aplicar al estudio de las Sagradas Escrituras todos los refinamientos de la dialéctica. Lo hice, pero sin la humildad de un auténtico buscador. Se suponía que debía tocar a la puerta para que ésta se abriera delante de mí; pero en lugar de eso, yo mismo la estaba cerrando, tratando de entender con soberbia lo que solamente se puede aprender con la humildad. Pero el Señor, que es todo misericordioso, me levantó y me guardó” (Sermón 51, 6).
El Señor quiere levantarnos a todos y comunicarnos palabras de amor y sabiduría. Ahora que nos encontramos en la peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, pídele al Espíritu Santo que te conceda una revelación acerca del corazón del Padre y te abra los oídos para escuchar la voz de Jesús. Dios quiere darte mucho más: la gracia necesaria para comprender su amor, aceptar la cruz, obedecer su palabra y crecer en santidad.
“Señor mío Jesucristo, quiero conocerte de verdad. Lléname de tu Espíritu Santo, te lo ruego, para que yo sea un beneficiario generoso de tu divina revelación.”
Sabiduría 2, 1. 12-22
Salmo 34 (33), 17-21. 23
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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