Hermano de Marta y María y, según la Leyenda áurea, hijo de una familia rica, Lázaro fue aquel amigo al que Jesús de Nazaret resucitó en una de las más poderosas manifestaciones de su divinidad sanadora. O, mejor dicho, de su poder superior al de la propia muerte. Sin embargo, el culto a San Lázaro, igual que su patronazgo, a lo largo de los siglos se ha acabado por confundir con el culto al otro Lázaro, el mendigo, la figura enfrentada al rico Epulón. Como resultado, a Lázaro de Betania se le representa llagado y con ropajes estropeados, cuando no levantándose de la tumba (en la escena que sí que le corresponde).
En cualquier caso, la religiosidad popular le ha invocado desde antiguo en momentos de epidemias como la peste o de enfermedades contagiosas como la lepra. Según esta devoción, protege a los sepultureros (por su relación iconográfica con lo funerario), a los hospitales en general, a los leprosos y a los panaderos, que se consideraban expuestos a contagiarse por su trabajo. Algo que recuerda sin duda cómo están desafiando al coronavirus los trabajadores de la alimentación, que continúan abriendo en estos días, para que la ciudad no se quede sin un suministro tan esencial como el pan, el alimento.
fuente: Religión Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario