Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. (Lucas 15, 20)
Si uno tuviera que resumir el mensaje del cristianismo en una breve frase, difícilmente encontraría una mejor que estas trece palabras de la parábola del hijo pródigo que leemos hoy.
Dios nos dio la existencia, como el padre de esta parábola la dio a su hijo, y ha provisto para nosotros todo lo que necesitamos, incluso su herencia. ¿Se han descarriado tus hijos? Es triste, pero fácilmente podemos encontrar en la Sagrada Escritura relatos del pueblo de Dios que se rebela contra la voluntad de su Creador. Ahí tenemos a Caín, el primer asesino y nada menos que de su hermano. O la esposa adúltera del profeta Oseas, de quien dijo Dios que representaba la infidelidad de todo Israel. También encontramos al rey Salomón, que fue dotado de una inmensa sabiduría, pero que luego decidió adorar a dioses falsos. En realidad, todo el pueblo de Israel fue condenado al exilio cuando prefirió depreciar al Señor y seguir su propia retorcida voluntad.
Sin embargo, a través de la historia, por mucho que se hubiera extraviado su pueblo, Dios ha sido como el padre de esta parábola: siempre observando el horizonte y esperando a que ellos decidieran regresar a su lado. De hecho, el Todopoderoso no espera pasivamente, sino que siempre sale a buscarnos, llamarnos y ofrecernos la gracia que necesitamos para regresar a casa. Luego observa con ilusión, para correr a nuestro encuentro cuando nos ve venir nuevamente hacia él.
Esta parábola también nos enseña que Dios nos ama tanto que respeta nuestra libertad, el libre albedrío con que él mismo nos creó. Así como el padre de la parábola, el Padre no viene a perseguirnos ni nos reprende en tono amenazador: “¡Regresa aquí ahora mismo!” No, por el contrario, nos espera a que reconozcamos cuánto hemos pecado, nos arrepintamos y veamos cuánta necesidad tenemos de él.
La parábola del hijo pródigo no es simplemente una historia más que leemos en el Evangelio; es la historia de cómo experimentamos nosotros este mensaje. Es la historia del hijo pródigo que, arrepentido, encuentra valor para admitir sus pecados y confesarlos.
“Padre celestial, gracias por recibirme con amor cada vez que me arrepiento y regreso a ti.”
Miqueas 7, 14-15. 18-20
Salmo 103 (102), 1-4. 9-12
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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