Servir y agradar a Dios
Es nuestro rol y obligación, en la medida de nuestras fuerzas, que sean ustedes el objeto de nuestra preocupación, de todo nuestro celo y cuidado. Debemos ejercer ese rol con la palabra y la acción, con nuestras advertencias, dándoles ánimo, reprendiendo o estimulándolos. (…) De esta forma, podemos llevarlos al ritmo de la voluntad divina y orientarlos hacia el fin que nos es propuesto: agradar a Dios. (…)
El que es inmortal, derramó su sangre voluntariamente. El que ha creado la armada de los ángeles, fue atado por las manos de soldados. Quien debe juzgar vivos y muertos, fue arrastrado a un juicio (cf. Hech 19,42; 2 Tm 4,1). Quien es la Verdad fue expuesto a falsos testimonios, calumniado, golpeado, cubierto de escupidas, suspendido al leño de la cruz. El Señor de gloria (cf. 1 Cor 2,8) sufrió todos los ultrajes y penas, sin tener necesidad de esas pruebas. ¿Cómo es posible que eso ocurriera, ya que como hombre no tenía pecado y, al contrario, nos arrancaba a la tiranía del pecado? Ese pecado por el que la muerte había entrado en el mundo y se había apoderado de nuestro primer padre con el engaño.
No es sorprendente tener que soportar una de estas pruebas, ya que es nuestra condición. (…). Debemos ser ultrajados y tentados, ser afligidos por la limitación de nuestros deseos. Según la definición de nuestros Padres, esto supone una efusión de sangre. Es lo que implica ser monje. Tenemos que conseguir el Reino de los cielos pasando nuestra vida en la imitación del Señor. (…) Aplíquense con celo a sus tareas de servicio, con el pensamiento que no se convierten en esclavos de los hombres, sino en servidores de Dios.
San Teodoro el Estudita (759-826)
monje en Constantinopla
Catequesis I, (Les Grandes Catéchèses, Spiritualité Orientale 79, Bellefontaine, 2002), trad. sc©evangelizo.org
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