Cosme y Damián, mártires
En el 300 d. C., dos hermanos gemelos, Cosme y Damián, empezaron a hacerse célebres por ser médicos anárgiros (en griego, que no aceptaban dinero por su labor). Curando incluso a los animales (hoy, que España enfrenta el aislamiento, de nuevo los animales domésticos se han descubierto aliados contra la soledad de quienes lo afrontan sin nadie en casa), los hermanos no detuvieron sus prácticas hasta la persecución de Diocleciano, cuando fueron cruelmente torturados y al final decapitados. El reconocimiento a su extraordinario poder sanador subió como la espuma, y sus seguidores quisieron repartirse sus reliquias (las partes de su cuerpo), para repartir su intercesión ante las enfermedades. Sin embargo, cuenta la hagiografía que el dromedario que transportaba dichas reliquias habló: “No los separéis en la sepultura, porque no han sido separados en los méritos”.
Enterrados juntos en la actual Siria, su sepulcro se transformó en meta de peregrinaciones cristianas. Sanando incluso al emperador Justiniano, Cosme y Damián empezaron a recibir culto en oratorios y basílicas, como la del Foro Romano o la de Constantinopla. Allí parecía funcionar lo que se llama el “rito de la incubación”: los peregrinos dormían en el suelo, apoyando sus dolencias en el pavimento del oratorio o templo, y a la mañana siguiente amanecían curados, e incluso con marcas de haber sido operados.
A través de esta creencia popular, los hermanos se convirtieron en protectores de los hospitales y todo el personal vinculado a la salud (médicos, cirujanos, ortopédicos, dentistas, farmacéuticos…). Invocados contra cualquier clase de dolor, enfermedades que necesitan cirugía y contagiosas como la peste, son representados portando una caja de ungüentos.
fuente: Religión Digital
No hay comentarios:
Publicar un comentario