Dicen los relatos que una Genovesa niña, con apenas seis años, se dedicaba a cuidar el rebaño familiar cuando fue descubierta por San Germán de Auxerre, quien supo ver en ella actitudes de piedad cristiana y posible santidad. Al quedarse huérfana a los quince años, siguió el consejo de Germán y se introdujo en la vida consagrada, pese a que había tenido que soportar la falta de fe de su madre, que cuentan que la golpeó para que no fuera a la iglesia y que, obrándose un hecho milagroso, tras la bofetada perdió la vista. Su hija, compasiva, lavó sus ojos con agua bendita y eso hizo que la mujer recuperara la visión.
Siguiendo una forma de vida especialmente estricta y austera, Genoveva se impuso ella misma la reclusión (que mantenía cada año de la Epifanía al Jueves Santo). Despreciando el consumo, se dice que comía solo los jueves y domingos. Ante el avance de los hunos, parece que convenció a sus vecinos parisinos de no huir, sino quedarse en la ciudad orando, y que finalmente Atila permitió aquello y no destruyó la ciudad. Entre otras intercesiones, Genoveva libró de la muerte a condenados y garantizó el abastecimiento de alimentos durante un asedio. Humilde, luminosa y peregrina, su culto se extendió desde su muerte en el 500. Invocada contra la peste, la lepra, las fiebres… se atribuye la supervivencia de París frente a la peste de 1130 a su obra.
fuente: Religión Digital
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