La primer semana de adviento la hemos dedicado a prepararnos, a purificarnos para recibir al Verbo Encarnado. Hoy, después de haber purificado nuestra alma vamos a adornarla, embellecerla y veremos que este adorno se compone de:
• De los santos afectos para con el misterio de la Encarnación.
• De los actos de la vida cristiana especialmente propios del santo tiempo de Adviento.
DURANTE EL DÍA
Tributemos nuestros respetos al Verbo Encarnado en el seno de María; adorémosle como El Deseado de las naciones; admirémoslo como El Supremo Señor, que el amor redujo a una especie de aniquilamiento; agradezcámosle haberse Encarnado para salvarnos. Y para suplir nuestra imposibilidad de agradecerle como merece, ofrezcámosle los respetos a María, a los ángeles y de todos los santos del cielo y de la tierra.
PRIMER PUNTO
De tantos afectos para con el Misterio de la Encarnación
Los santos afectos son el alimento y la vida de piedad. Son el incienso lanzado al fuego; conservando la llama. Son el maná del desierto: se adaptan a todos los gustos, esto es, a todas las necesidades del alma. Son como el sabor de todos los misterios: Exprimen su jugo y su gracia, y lo hacen correr como espontáneamente en el alma que reflexiona. ¿Cómo contemplar el Verbo Encarnado en el seno de María sin hablar de las tres personas divinas y decir a cada una de ellas nuestra admiración y nuestra alabanza por la parte que tomaron en ese Gran Misterio?
Cómo no decir al padre:
“Padre Santísimo, ¡cuánto te felicito por este primer templo cristiano, que construiste para Vos, en el seno de María, y donde recibiste la primera adoración digna de Vos! Cuánto te agradezco habernos dado a Tu Único Hijo y haber sacrificado al inocente para salvar al hombre culpable”
Cómo no decir al Verbo Encarnado:
“Oh Hijo Eterno de Dios, ¡con qué delicias te contemplo en ese tabernáculo vivo en que vienes a recibir nuestros respetos, en ese Trono, en que te complaces en ser adorado y bendecido, en ese lecho de justicia, en que te gusta perdonar, en ese lecho de reposo, en que quieres ser felicitado, en ese paraíso terrestre, en que quieres ser amado!Delante de ese santuario de amor, yo solo puedo hablarte de amor. Me entrego a Vos para siempre. Te entrego todo lo que soy, para que hagas de mi todo lo que desees. Clamo en mi Tu Espíritu Santo para dirigirme, Tu Corazón para animarme, Tu Santa Vida para que sea mi vida. Te amo, pero haz que te ame siempre más; mucho más amor, Señor, siempre más; porque te debo todo; sin Ti estaba perdido; por Ti seré salvo, si lo quiero”
Y cómo no decir al Espíritu Santo:
“Espíritu Divino, que formaste este cuerpo tan puro, que le uniste un alma tan bella y los uniste ambos al Verbo en unidad de persona, ¡glorificado, alabado, amado seas por causa de este misterio, que es obra Tuya!
Y finalmente, cómo no decir a María:
“Madre de Dios, ¡cuán sublime, cuán admirable eres! En Ti están concentrados todos los esplendores de los santos, todas las perfecciones de los ángeles; participas de toda la santidad de tu Hijo, que vive en Ti, y en quien tú vives. Admiro tu humildad, tu obediencia, tu oración continua. Nada haces sino en Jesús y por Jesús. Madre, ¡cuán feliz soy al contemplar, alabar y bendecir tu santidad!”
Es con estos afectos y otros semejantes, que un alma se prepara dignamente para la fiesta de Navidad.
Que podamos prepararnos de ese modo.
SEGUNDO PUNTO
Actos de la vida cristiana propios del santo tiempo de Adviento.
Para conformar nuestra vida con un tiempo tan santo, debemos cuidar y perfeccionar nuestras acciones usuales, estar más vigilantes con nuestras palabras, mas atentos en nuestras oraciones, y principalmente en los actos de virtud que el profeta Isaías indica como medios de preparar el camino del Mesías, que está próximo a venir.
“Enderecen sus caminos”, dice él (Is 40,3); esto es, vayamos a Dios con recta intención, no buscando sino a Dios, no teniendo en vista sino agradar a Dios. “¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies!” (Is 40,4); esto es, ejercitémonos en la humildad, en la simplicidad, en la moderación. Los caminos torcidos se vuelvan caminos rectos; esto es, dejemos los caminos del mundo, que no son sino falsedad y mentiras, para seguir solamente los de Dios, que son verdad y justicia. “Los caminos escarpados se aplanen” (Is 40,3); esto es, corrige la rispidez de tu genio, para ser manso y benévolo para con todos.
La recta intención y la simplicidad, la humildad y la mansedumbre, son, por lo tanto, las virtudes por las cuales debemos preparar el camino de Jesucristo, si queremos que venga a nuestros corazones. Esta preparación nos costará sacrificios; pero Jesús camina en nuestra frente, y fue el primero en hacer mucho más de lo que nos pide; pero el camino no es penoso sino que es penosa la cobardía que vacila; es suave para quien camina resueltamente. La alegría de la buena consciencia hace que ni siquiera se sienta que es duro.
Creamos en los santos, que lo experimentaron.
Tomemos la resoluciones!
Conservemos el espíritu habitual de contemplar que facilita los piadosos afectos para con Dios;
Practiquemos los actos de virtud que nos sugiere el Espíritu de Dios.
Nuestro ramillete espiritual será hoy, como ayer, la palabra de Isaías:
“Prepara el camino del Señor” (Isaías 40, 3)
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