La viña de nuestra alma
Mi queridísimo Padre y Hermano en Cristo, el dulce Jesús: Yo, Catalina, esclava de los servidores de Dios, le escribo en su preciosa Sangre. Tengo el deseo de verlo buen obrero en la viña de su alma, para que dé mucho fruto en el tiempo de la recolección. Es decir, en el momento de la muerte, cuando toda falta es castigada y toda virtud recompensada.
Sabe que la Verdad eterna nos ha creado a su imagen y semejanza. Dios hizo de nosotros su templo, donde quiere habitar con su gracia, siempre que el obrero de esta viña quiera cultivarla si no está cultivada. No podrá habitar si está cubierta de zarzas y espinas. Veamos qué obrero ha ubicado el Maestro. Le ha dado el libre arbitrio, al que confió todo poder. Nadie puede abrir o cerrar la puerta de la voluntad si el libre arbitrio no lo desea. La luz de la inteligencia le es dada para conocer amigos y enemigos que quieran pasar por la puerta. En esta puerta está ubicado el perro de la consciencia, que ladra cuando escucha llegar, levantado y sin dormir. Al obrero, esta luz hace ver y discernir el fruto. Saca la tierra para que el fruto sea puro y lo pone en su memoria como en un granero, en el que apila el recuerdo de los beneficios de Dios. En medio de la viña se encuentra el vaso de su corazón, lleno de preciosa Sangre, para regar las plantas y que no se sequen.
Es así que es creada y dispuesta esta viña. Ella también es, como dijimos, el templo dónde Dios debe habitar con su gracia.
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
Carta 45 al Conde de Fondi (Lettres, Téqui, 1976), trad. sc©evangelizo.org
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