En esta mañana queremos orar y pedir: “Señor, líbranos del mal”.
Pidamos juntos, con un solo corazón, con intención sincera, dispuestos
a luchar para que Él nos libre de todo mal. Así, Jesús podrá atendernos y
liberarnos de toda angustia y miedo.
Oremos con la Palabra también, con esa Palabra que muchas veces, en
nuestro corazón, nos acusa y nos dice que no somos merecedores de Dios. Pero,
¿qué persona Lo merece?
Nadie está preparado para merecerlo. Pero cuando decimos: “Señor,
libéranos del mal”, Él nos prepara, nos perdona nuestros pecados, nos libera de
todas las acusaciones que nos hacemos a nosotros mismos y nos garantiza que, si
nos arrepentimos de verdad, seremos perdonados inmediatamente.
Dios no queda irritado e indignado con nosotros, pero sí con nuestros
pecados. Un pecado que saca al Señor de nuestro corazón es cuando vamos en
contra de la vida de los inocentes. Matar un niño o tirarlo a la basura mueve
la ira de Dios. Cuando matamos un inocente, traemos el infierno a nuestra vida.
El Señor es paciente, nos ama y nos perdona.
Si un día erramos y provocamos la ira de Dios por nuestras actitudes,
debemos saber que, todo el tiempo, Él estuvo con nosotros, a nuestro lado,
amoroso, paciente.
Perdonémonos también. Él nos está dando una oportunidad para hacer del
día de hoy un día diferente. Él quiere dar a nuestro corazón, paz, y renovar
nuestro día. David sabía de eso, y por eso mismo rezaba: “¡Piedad, Señor, que
desfallezco! Señor, cúrame, pues mis huesos tiemblan. Todo mi ser se estremece”
Si un día nos sentimos frágiles, tomados por la idea y la voluntad de
desistir, antes de hacerlo, intentemos dar una chance a Dios. Digamos a Él: “Señor,
ten piedad de mi, pues perdí mis fuerzas”. Cuanto más frágil y necesitado nos
sentimos, más debemos recurrir al Señor, pues Él es nuestro refugio contra todo
mal.
Ningún pecado es tan grande que la Sangre de Jesús no sea capaz de
redimir. Confiemos en Dios, refugiémonos en Él, porque el pecado intentará
tomarnos por nuestras fragilidades e intentará hacernos desconfiar de la
misericordia de Dios.
Las personas pecan porque el pecado consuela, pero ese consuelo esta
envenenado, es pasajero y no satisface. No existe pecado bueno. Todo pecado
hiere el corazón y hace doler el alma. Por eso es preciso una intervención de
Dios y ella nace cuando el pecador se encuentra con el Señor.
Nuestra sanación comienza cuando nos encontramos con Dios y comenzamos
a conocerlo. Para eso es preciso entrar en nuestro propio corazón y pedir,
muchas veces, perdón.
Si necesitas hacer una experiencia con el Señor y precisas de su
intervención en tu vida, entra en tu corazón y pide perdón. Reconoce el mal que
hiciste para que el Señor pueda curate.
Quien desata los nudos de nuestra vida es Dios. El trae de vuelta la
paz a nuestro corazón. Muchas veces ha acontecido con nosotros lo que dice la
Palabra: “Me siento agotado de tanto gemir, y de noche lloro en la cama, bañado
mi lecho en lágrimas. Mis ojos se derriten de dolor, envejecen de tantas
contradicciones”.
El sufrimiento envejece a las personas, pero cuando ella se vuelve al
Señor, Él la levanta. Si en este momento tu corazón está volviendo a Dios, debes
saber que el Espíritu Santo están entrando en él para ponerlo de pie.
Nos consagramos en esta semana a Vos, Señor, para que nos visites, nos
liberes y nos cures. Bendito sea Tu Santo Nombre ahora y por siempre.
Márcio Mendes
Miembro de la Comunidad Canção Nova
Adaptación sobre una transcripción de Débora Ferreira
Original en portugués
Fuente: www.cancaonova.com
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