En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»
Palabra del Señor
COMENTARIO
La Palabra sigue siendo provocadora. Hoy se nos coloca ante otro de esos textos evangélicos incómodos para quienes tendemos a sentirnos suficientemente buenos. No olvidemos que Jesús habló más de una vez para aquellos que “teniéndose por justos despreciaban a los demás” (Lc 18, 9).
El texto de hoy puede recoger otro de esos momentos.
Pasa en muchas de nuestras familias. Los que creemos estar en posesión de la verdad y haber cumplido siempre como buenos hijos (también sobre esto hay alguna parábola evangélica) no entendemos que nuestros padres y nuestros abuelos traten a algunas personas “como si nunca hubiera pasado nada”. No es extraño que quienes han sido directamente ofendidos o sí merecerían una disculpa callen mientras otros levantamos la voz: “pero con lo que ha/han hecho”, “pero sin pedir perdón”, “¡pero cómo tienen tanta cara!”…
Sin embargo, la madre y el abuelo, como el empresario de la parábola, sin dejar de darnos a cada uno lo prometido, deciden ser singularmente generosos con “esos”. Demasiadas conversaciones entre cristianos recuerdan a aquella pregunta de Pedro: ¿y éste qué? (Jn 21, 21).
Y en ambos casos, en el del texto joánico y en el de hoy, la respuesta suena parecido: ¿y si Yo quiero hacer las cosas de esta manera qué pasa?, ¿o es que te molesta que Yo sea bueno?
¡Y nosotros seguimos empeñados en enseñar al Señor cómo ha de tratar a cada uno de sus hijos!
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