Nadie puede tener la mirada de Dios, si no le es comunicada por “el Espíritu, que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Co 2,10).
Nadie puede acoger a Jesús como Señor, y menos vivir unido a él,
si no es bajo la acción del Espíritu (1Co 12,3).
Nadie puede entrar en solidaridad con la Iglesia y con la humanidad,
de no estar “bautizado (sumergido) en el Espíritu
y bebiendo del mismo Espíritu de Cristo Jesús” (1Co 12,13).
En realidad, la intercesión verdadera
es siempre obra del Espíritu paráclito, defensor, intercesor.
Es él quien intercede en y desde nosotros en favor de las diversas intenciones.
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