sábado, 29 de marzo de 2014

Nuestras heridas nos llevan a Dios

HeridaNuestras heridas nos llevan a Dios

   
Nuestra vida es una búsqueda constante. Aunque no parezca, nos pasamos la vida entera en busca de alguna cosa. Vivimos buscando cosas que nos realicen y, a menudo, acabamos rellenando esa carencia con cosas materiales, en sentimientos y personas que puedan hacernos felices y que nos completen. El ser humano necesita de eso para vivir, o mejor dicho, para sobrevivir.
Perdemos el rumbo de nuestras vidas cuando intentamos saciar nuestra sed en las personas. En este momento de inmadurez, no medimos nuestros esfuerzos para realizarnos, para alcanzar el placer, para satisfacer nuestros deseos. Transformamos al otro en un “estepa”, tratándolo como un objeto que va a “sustituir” la “pieza” que todavía no fue encontrada en nuestra vida. Jugamos con el otro, pero, sobre todo con nosotros mismos.

¿Cuantos de nosotros ya hemos vivido esta situación?
Tal vez, como me pasó a mi una vez, tu has buscado o estas buscando llenar este vacío con una vida afectiva y sexual desordenada, o, quizás, estas viviendo esto en las drogas, en la bebidas, en las compras en el shopping, entre otros.

Llegamos al fondo del pozo. No podemos más, no queremos vivir más aquella vida de antes; nada nos llena por entero. Pero en este momento, en un instante de gracia, es que encontramos el verdadero sentido de nuestras vidas: Jesús. Por intermedio del sufrimiento de esta búsqueda, al final encontramos a aquel que estuvo siempre a nuestro lado, solo esperando que nosotros demos una mirada en su dirección para que pueda cambiar nuestras vidas. Nuestro Señor viene y se nos presenta para llevarnos a una experiencia con Él y cambiar totalmente nuestra vida.

Muchas veces, después del inicio de un proceso de conversión, cuando miramos para nuestra historia, sentimos culpables por todo lo que hicimos mal. Miramos nuestras heridas y nos martirizamos, deseando nunca haber vivido nada de eso. Deseamos, con fervor, olvidar todo lo que ocurrió; borrar y apagar todo eso de nuestras mentes y corazones. Por mucho tiempo, yo también he deseado ardientemente eso para mí.

Llegó un día en que Dios cambió mi mirada sobre mi historia. Él me hizo ver que, sin darme cuenta, en todo lo que sucedió en mi vida Él siempre estuvo conmigo. Y que, en cada acto desordenado, en el fondo, era a Él quien buscaba encontrar. Aún sin saber, en cada momento que yo intentaba llenar el vació con mis errores, yo solo buscaba y deseaba a Dios. Cuando Nuestro Señor me hizo tocar en esta realidad, mi corazón se llenó de una gratitud profunda hacia Él, que esperó y nunca me abandonó. El Señor sabia que, aun viviendo una vida de pecado, mi corazón lo deseaba.

Tal vez estés viviendo esa situación en tu vida hoy. Tal vez estas buscando llenar el vacío con las personas, o, quien sabe, ya has encontrado el Señor, pero todavía continuas culpándote por todo lo que viviste. Entiende: Estas buscando o siempre has buscado a Dios. Es Él quien va completar tu vida. Deja de buscar en los lugares equivocados. Deja de “dar golpe en la punta del cuchillo”, Él solo espera una mirada tuya.

Hoy, yo miro mi historia y puedo decir: Bendito, “fondo del pozo” al cual he llegado, porque me llevó a Dios. He buscado mucho, pero he encontrado Aquel que dio sentido a todas las cosas en mi vida.

El mayor deseo de nuestras almas es el Señor. Nuestros corazones anhelan por Dios. Fue a Él quien yo siempre busque. Y cuando me encuentro con Él, he podido entender eso. Me costó, pero lo encontré. Hoy, yo lo se; y, como San Agustín, yo les digo: “¡Tarde te amé!”

Entiende: ¡Siempre lo buscaste a Dios! Ve al encuentro de aquel que puede dar sentido a toda tu vida. Recuerda: ¡Él sólo espera una mirada!

Renan Félix
Seminarista de la Comunidad Canción Nueva
renan@geracaophn.com
Traducido por: Thais Rufino de Azevedo 

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