El don de la oración
El dialogo de la fe nace siempre de una necesidad
Orar es ponerse en intima unión con el Padre, por Cristo, unidos en el Espíritu Santo. Nuestras oraciones siempre son trinitarias, porque es imposible estar unidos con el Padre sin estar unidos con el Hijo y el Espíritu Santo. Es imposible estar unidos con el Hijo sin estar unidos con el Padre y con el Espirito Santo. Imposible estar unidos al Espiritu Santo sin estar en unión con el Padre y con el Hijo.
El dialogo de la fe, que también conocemos como oración, nace siempre de una necesidad. Lo importante es tener conciencia de que la necesidad, que nos impulsa a la oración, puede brotar por varios motivos según los clamores de nuestro corazón.
Existen momentos en que tenemos la necesidad de agradecer. La oración que proviene de la gratitud viene de la necesidad de rendir a la Trinidad Santa las alabanzas por las dádivas alcanzadas o simplemente por el reconocimiento de la bondad divina presente en nuestras vidas.
Tenemos, sin embargo, la necesidad de pedir. Somos mendigos suplicantes. Peregrinar solos se convierte en una tarea muy difícil y se hace necesaria la presencia de un Auxilio Divino que nos ayude a llevar la carga pesada de nuestras limitaciones humanas.
En la oración, nuestra humanidad se encuentra en un nivel intimo y profundo con la Divinidad. Es un encuentro de esperanza y paz. En la ternura trinitaria, somos bien recibidos en las situaciones en que nos encontramos. La única exigencia necesaria es un corazón abierto y sincero. Donde existe posibilidad, el diálogo ocurre. Hablamos y escuchamos; y cuando las palabras paran, el silencio se convierte en intimidad y las palabras ya no son más necesarias, porque el corazón humano se hizo un corazón divino.
Ante lo incomprensible; entonces somos guiados por el camino de la paz. El puente entre nuestra condición humana y la ternura divina se llama oración. Lo que nos une a Dios es el deseo de, incluso no sabiendo rezar, ponernos ante su presencia.
El miedo es dejado de lado cuando el amor de Cristo nos abraza en nuestra finitud. La paz es reconquistada cuando el Espiritu Santo aparta las tempestades del alma. La seguridad espiritual vuelve al corazón cuando el amor de Dios tiene libre acceso a nuestra alma.
En el encuentro con la Trinidad, nos encontramos con nuestro deseo más profundo: ser amados gratuitamente.
Padre Flavio Sobreiro con licenciatura en Filosofia pela PUCCAMP. Teólogo por la Facultad Catolica de Pouso Alegre – MG.
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo
www.padreflaviosobreiro.com
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