miércoles, 6 de enero de 2016

Un plan de crecimiento espiritual

La oración persistente obtiene resultados

¿Se ha hecho usted algún plan para mejorar su vida durante el Año Nuevo? Si lo ha hecho, le conviene decidir cómo y cuándo pondrá en práctica las nuevas actividades, a fin de que los planes adoptados no se olviden durante el camino.
Los sociólogos y psicólogos coinciden en que aquellas personas que hacen planes concretos y definen objetivos realistas para su vida tienen una mejor probabilidad de ponerlos efectivamente en práctica que aquellos que viven solamente reaccionando frente a las circunstancias que se van sucediendo día a día.
Esto lo vemos, también, en varios episodios del Evangelio, donde vemos a personas que tuvieron experiencias maravillosas porque se habían hecho planes concretos y los cumplieron. Por ejemplo, la mujer enferma que se abrió paso a través de la muchedumbre para tocar el manto de Jesús claramente se hizo el propósito claro de llegar junto al Señor e hizo todo lo que pudo para llevarlo a cabo. Y ¿cuál fue el resultado? ¡Recibió la curación! (Marcos 5, 25-34). Asimismo, la mujer cananea, a cuya hija la acosaba un demonio, también tenía claro lo que quería conseguir, y por eso, pese a la adversidad, siguió presionando a Jesús para que librara a su hija, y ¡lo consiguió! (Mateo 15, 21-28).
El fariseo Nicodemo también tenía un plan. Consciente de que muchos de los jefes religiosos se oponían a Jesús, tomó las precauciones del caso. No quería que lo sorprendieran consultando al Señor en público acerca de sus enseñanzas, por eso planeó ir de noche y en secreto a reunirse con él. Gracias a ello, recibió como recompensa un nuevo entendimiento: que Dios quiere que todos experimentemos un “nuevo nacimiento” (Juan 3, 7).
En muchas ocasiones vemos que la gente se hacía el claro propósito de ir a ver a Jesús costara lo que costara, y para eso caminaban largas distancias, persistían y se abrían paso a través de las multitudes hasta encontrarse con él, y en cada caso esos encuentros eran portadores de un nuevo torrente de gracia: fe más profunda, una curación milagrosa o el perdón de los pecados. La gracia de Cristo purificó y perfeccionó la naturaleza humana.
Un Salvador decidido. Al mismo tiempo, Jesús tenía sus propios planes. No andaba sin rumbo fijo, esperando que la gente le siguiera. No. Él sabía claramente que estaba destinado a ir a Jerusalén, por eso “emprendió con valor su viaje” a la ciudad, preparándose para el trágico desenlace que pronto se produciría (Lucas 9, 51-52). Sabía tan bien lo que debía hacer que envió a mensajeros por delante para anunciar a los pobladores que el Señor pasaría por allí y planeó cómo entraría en la ciudad santa, de un modo que cumpliera la promesa del Antiguo Testamento de que un rey vendría a gobernar al pueblo (Mateo 21, 1-10). Sabía incluso dónde y cómo debían sus discípulos preparar el aposento para celebrar su última cena de Pascua juntos (26, 17-19).
Por supuesto, todos estos episodios encuadran perfectamente dentro del plan general de Dios para la redención del género humano. Todo que Jesús dijo e hizo era parte de este magnífico designio divino. A partir del momento de su bautismo en el Río Jordán hasta el día en que volvió victorioso al cielo, la primera y más importante preocupación de Jesús fue hacer la voluntad de su Padre (Juan 6, 38). En cada curación milagrosa, cada sermón, cada acto de piedad, cada confrontación con sus enemigos, Cristo iba adelantando un poco más el plan de Dios hasta llegar al punto culminante con su muerte y su resurrección.
Y lo mejor es que Dios está todavía cumpliendo sus planes. Desde el día de Pentecostés, cuando el Señor nos dio la Iglesia, hasta hoy, Dios ha estado trabajando deliberadamente, con cuidado, y avanzando la historia estratégicamente hacia aquel día en que Cristo vuelva para inaugurar su Reino eterno. El Señor también está trabajando en la vida de cada persona, ofreciéndole la gracia que necesita para aceptar y hacer suyo el plan divino que él tiene para esa persona, un plan perfecto y generoso, a fin de darle “un futuro lleno de esperanza” (Jeremías 29, 11).
¿Cuál es el plan que usted se ha hecho? Si Dios tiene planes y estrategias, y si todos los santos y evangelistas del Nuevo Testamento tuvieron sus planes, tal vez es buena idea que nosotros también preparemos nuestros propios planes.
El Papa Francisco nos ha dicho repetidamente que la Eucaristía “agranda nuestro corazón”, que abre nuestra mente y corazón para que podamos recibir de la gracia de Dios de mejor manera. Sabiendo esto, hagámonos el propósito de darle a la Sagrada Eucaristía la mejor posibilidad de actuar libre y profundamente en nosotros asistiendo a Misa con un plan definido, un plan para que la gracia de Dios, que viene incorporada en la Sagrada Hostia, magnifique los dones y talentos naturales que Dios nos ha dado.
Para ayudarle a idear un plan para la Misa, le sugerimos dos modos importantes en que Dios derrama su gracia durante la Eucaristía, dos modos que abarcan muchos elementos de la Liturgia y nos pueden ayudar más. El primero es la gracia de “ver” el amor de Jesús más claramente en la Santa Misa; el segundo es la gracia de librarse más y más del pecado y el sentido de culpa.
La gracia de amar. De principio a fin, la Misa es una celebración del amor de Dios. Toda la Liturgia nos invita a enfocar la mirada del corazón en el Padre celestial, que nos amó tanto que envió a su Hijo unigénito al mundo. Nos lleva a enfocar el corazón en el propio Cristo Jesús, que nos amó tanto que nos dio su propio Cuerpo y Sangre en la Eucaristía. Y también nos lleva a enfocar la atención del corazón en el Espíritu Santo, que nos habla en cada pasaje de la Sagrada Escritura y quién nos consagra cuando recibimos la santa Comunión.
Considerando lo muy claro y preciso que es este enfoque, uno pensaría que es fácil recibir esta gracia cada vez que venimos a Misa. Lo triste es que a veces nos parece que conocemos tan bien lo que sucede en la Misa, todas las palabras y gestos, los signos y los símbolos que vemos, que se nos olvida la enorme energía espiritual y la gracia de las cuales está llena la Liturgia. Esta es la razón por la cual nos conviene hacernos un plan para ir a Misa, que conlleve la decisión deliberada de buscar, encontrar y recibir la gracia que allí nos espera.
Cada vez que uno entra en la iglesia, dedique unos momentos a fijar la mirada en el crucifijo. Luego, a medida que avanza la santa Misa, haga que la idea de que Jesús se sacrifica a favor de nosotros sea el punto focal de su pensamiento, y lo más a menudo que pueda, repítase estas palabras: “Dios me ama. Dios nos ama a todos nosotros.”
Cuando pensamos detenidamente en lo que Jesús hizo por toda la humanidad en la cruz, nos hacemos receptivos a su gracia, porque la contemplación del amor de Dios ablanda el corazón, nos “ensancha” el corazón, y nos inspira a tratar a nuestros semejantes con más amor, paciencia y compasión.
Por eso, hermano o hermana, hazte un plan definido para venir a Misa, con la expectativa de que Dios te agrande el corazón. Para esto puedes reflexionar en la pregunta: “¿Cómo puedo recibir el amor de Dios hoy para que su gracia me dé la capacidad de amar más?” Luego, al terminar la Misa, pregúntese: “¿Qué me permitió ver Dios hoy? ¿Qué me pareció que él hacía en mí durante la Misa?” ¡El amor que el Señor quiere prodigarnos es infinito y permanente!
La gracia de la misericordia. ¿Se ha dado cuenta usted de cuántas veces se nos invita a arrepentirnos durante la Misa? Primero, llega el Rito Penitencial, cuando confesamos ante Dios y nuestros hermanos que hemos pecado. Luego, en el Gloria, le decimos al Señor “Tú, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros” y de nuevo, “Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros.” En la Plegaria Eucarística, el sacerdote reza diciendo: “Ten misericordia de todos nosotros, y así, con María, la Virgen Madre de Dios… merezcamos, por tu Hijo Jesucristo, compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas.” También, al rezar el Padre Nuestro, le pedimos a Dios que perdone nuestras ofensas. También, antes de la Comunión exclamamos: “Cordero de Dios… ten piedad de nosotros” y luego declaramos: “Señor, no soy digno… pero una palabra tuya bastará para sanarme.”
¡Son por lo menos seis ocasiones en que le decimos a Dios que le pedimos perdón por nuestros pecados! Cada una de estas oportunidades nos dispone a recibir su misericordia y su poder sanador; nos pone en contacto con nuestro Padre, que siempre está dispuesto a recibirnos con amor y a ofrecer un banquete en honor nuestro. En todo esto, se nos ofrece la posibilidad de que se nos perdonen todos nuestros pecados veniales (Catecismo de la Iglesia Católica 1393-1395, 1436).
Pero la misericordia no es el paquete completo. En la Misa también recibimos la gracia de resistir la tentación. Cada vez que usted recibe la Comunión, recibe también la fortaleza divina, la gracia y la ayuda necesaria para hacer frente a cada situación difícil que le toque afrontar. ¿Por qué? Porque recibe al propio Jesucristo, nuestro Señor, con toda su santidad, su pureza y su poder. Como lo decía San Ambrosio: “Este pan de cada día lo tomamos como remedio para los males de cada día.” De modo que, cuando usted pronuncie el Rito Penitencial o repita cualquier otra palabra de arrepentimiento, no se limite a recitarlos solamente; dígalas de todo corazón. Sepa que, en ese momento, usted está recibiendo el perdón de sus faltas; que la gracia de Dios está perfeccionando y reforzando su propia naturaleza.
Venga preparado. Es demasiado fácil venir a Misa sin preparación ni un plan definido, y pasar por la liturgia sin esperar que suceda nada significativo. Este año, no deje que esto siga así. Cada vez que vaya a Misa, venga con un plan concebido de antemano. Venga buscando la gracia del amor del Señor y la gracia de su compasión. Venga con el deseo de recibir la gracia de Dios para no ceder a la tentación. En este año que comienza, decida cumplir estos propósitos, y luego observe los cambios que se sucedan en su vida.
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros. - Publicado en Enero de 2016

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