“No cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces.”
Lc 22,34
Volviéndose el Señor, fijó su mirada en Pedro. Y Pedro, tomando conciencia de lo que acababa de decir, se arrepiente y llora..., se deshace en lágrimas y queda mudo..(Lc 22,61-62). Sí, las lágrimas son oraciones mudas; merecen el perdón sin pedirlo; sin más obtienen la misericordia... Las palabras a veces no llegan a expresar una oración, las lágrimas siempre son oración. Las lágrimas expresan siempre lo que sentimos, mientras que las palabras pueden quedar impotentes para expresar los sentimientos. Por esto, Pedro no recurre a palabras: las palabras lo empujaron a la traición, al pecado, a renegar de la fe. Prefiere confesar su pecado con sus lágrimas, ya que renegó hablando...
Imitemos a Pedro en lo que dice en otro lugar, cuando el Señor le pide por tres veces: “Simón, ¿me amas? (Jn 21,17). Tres veces responde: “Señor, tú sabes que te quiero.” El Señor le dice luego: Apacienta mis ovejas”, y esto por tres veces. Esta palabra compensa su desviación anterior; aquel que había negado al Señor lo confiesa tres veces; tres veces se hizo culpable, tres veces obtiene la gracia por su amor. Veamos, pues, qué beneficio sacó Pedro de sus lágrimas!... Antes de derramar lágrimas, él era un traidor. Después de las lágrimas fue escogido como pastor. Aquel que se había portado mal, recibe el encargo de conducir a los demás.
San Máximo de Turín (¿-c. 420), obispo
Sermón 76, 317; PL 353
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