martes, 29 de marzo de 2016

Don de Lágrimas - parte XXVI

UNA CONDICIÓN PARA BEBER DE LA FUENTE
DE LA VIDA Y DE TODA ALEGRÍA
(Don de lágrimas - Parte XXVI)

Existe una condición para beber de la fuente de la vida y de toda alegría, existe un pedido de Jesús para quien quiere experimentar la vida nueva que el vino a traer. El mismo revela: “aprende de mi que soy manso y humilde de corazón” (cfr. Mt 11,29). Pero, ¿aprender qué? La Palabra de Dios responde: “En los días de su vida mortal dirigió oraciones y súplicas, entre clamores y lágrimas, a aquel que lo podía salvar de la muerte, y fue atendido por su piedad. Aunque era Hijo de Dios, aprendió la obediencia por medio de los sufrimientos que tuvo. Y una vez llegado a su término, se volvió autor de la salvación eterna para todos los que le obedecen” Heb 5,7-9
Se trata de aprender la obediencia.

Si no somos humiles para aprender con Jesús a dirigir a Dios nuestras oraciones entre clamores y lagrimas… si no aprendemos, con nuestros sufrimientos, a obedecer a Dios, habremos llorado en vano. Es exactamente eso lo que Jesús quiere que aprendamos con él; a obedecer a Dios Padre en medio de nuestros sufrimientos, porque en eso está nuestra salvación. Si en medio de nuestras aflicciones somos dóciles y obedientes, probaremos lo que de mejor Dios reservó para nosotros (cfr. Is 1,19)
Por lo contrario de lo que muchos piensan, Jesús nunca ordenó: “pare de sufrir”. El nunca prometió que quien lo siguiese viviría en un mar de rosas y que todos sus problemas estarían resueltos, acabados.
Él dice algo bien diferente: “En el mundo tendrán aflicciones. Coraje! Yo vencí el mundo” (Juan 16,33) El avisa de las aflicciones, pero garantiza nuestra paz prometiéndonos dar su victoria sobre el mundo si obedecemos al Padre.

La Palabra de Dios revela aquí un secreto que es más profundo de lo que aparece a primera vista. No se trata solamente de clamar y llorar en medio de la oración, sino de una decisión de, en medio de nuestras lágrimas, confiar a Dios toda nuestra vida. Obedecer y confiar en Dios más que en nosotros mismos. Es creer que él ve lo que no conseguimos percibir, y que él tiene para nosotros un camino mejor del que podríamos escoger sin su auxilio. Se trata de doblar nuestra voluntad delante del Padre y confiar en él hasta el fin, del mismo modo que Jesús confió.
Obedecer es entrar de corazón en el Reinado de Dios, es comenzar a experimentar la vida eterna. En aquel preciso instante en que decides obedecer, la vida eterna entra en ti. Jesús dice que “el reino de Dios está dentro de nosotros” (cfr. Lc 17,21), y como que continua diciendo: “Vuelve a Dios con todo tu corazón, libérate de sus ilusiones y encontrarás descanso. Busca las cosas de lo alto, procura en todo hacer la voluntad de mi Padre, y verás como el propio cielo ira a tu encuentro. Porque el reino del cielo es paz y alegría en el Espíritu Santo, lo que jamás podrán experimentar aquellos que no obedecen. Si aceptas la voluntad de mi Padre y preparas tu corazón para recibirme, yo mismo voy a fortalecerte y consolarte. Estaré siempre a tu lado y haré que escuches siempre mi voz. Voy a aliviar tus sufrimientos. Voy a envolverte con mi paz y estaremos unidos de forma que nadie podrá separarnos. Con todo, es necesario que aprendas conmigo a obedecer a Dios en medio de las dificultades y sufrimientos de tu vida. No tengas miedo! ¡Coraje! Voy a ayudarte”.
Cuando alguien aprende a obedecer a Dios, algo maravilloso acontece en la vida. En el exacto momento en que la gente deja caer en el suelo los apegos a los propios deseos para abrazar y obedecer la voluntad de Dios, sucede una cosa misteriosa. La fe invierte las situaciones dolorosas en nuestro favor. Y algo inexplicable acontece con la vida de la gente, una fuerza divina transforma de manera fascinante todas las situaciones: la fe transforma la fragilidad en fuerza, la fatiga se vuelve descanso, la opresión se vuelve alivio y las propias lágrimas consuelan.

Todo está en dar aquel paso del que hablamos, en hacer el pasaje, en descubrir la llave de ese cambio. Es un paso en fe. Es un jugarse sin reserva en los brazos de Dios confiándose a él enteramente. Ese abandonarse a la voluntad de Dios se llama conversión. Solamente quien tiene coraje de lanzarse de cabeza encontrará la paz, tendrá sosiego en su alma y antes mismo de termina esa lectura será aliviada por Dios y consolado en todas sus aflicciones.
Algunas veces, comenzamos a leer un libro en busca de una respuesta, procurando un bien, una gracia, quien sabe hasta la misma sanación. Por lo tanto, Jesús, que nos conoce, ya reservó para nosotros algo bien mayor y mejor, delante de lo cual aquello que buscamos no pasa de un aperitivo que Dios concede con creces.

Márcio Mendes.
Libro "O dom das lagrimas"
Editorial Canção Nova.
Adaptación del original en português

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