CUANDO LLORAR ES DON... Y CUANDO NO LO ES
(Don de lágrimas - parte XIII)
No es difícil descubrir cuando las lágrimas son un don de Dios. Es posible distinguirlas de las otras y diferenciarlas del sentimentalismo. Hay un llorar que me vuelve pesado y, por eso, me hundo. Es el llanto de un niño inmaduro que no consiguió lo que quería, llanto de resentimiento, de rabia, de miedo, -son aquellas lágrimas de frustración y de impaciencia. Es aquel llanto en que lloro con pena de mi mismo. Quien alimenta ese tipo de llanto corre el riesgo de enfermarse.
San José María Escrivá acostumbraba decir a quien se quedaba lamentándose: “No eres feliz porque quedas rumiando todo como si siempre fueses tú el centro: es que te duele el estómago, es que te cansas, es que te dijeron esto o aquello… -Ya experimentaste pensar en Dios y, por él pensar en los otros?”
Cerca del año 400, los monjes del desierto enseñaban que “la oración es exclusión de la tristeza y del desánimo”. Las lágrimas que brotan de nuestro egoísmo no pueden curarnos. Peor todavía, ellas nos esclavizan, porque quedamos girando en torno de nosotros mismos.
Quien llora de rabia refuerza su rabia.
Quien llora de tristeza profundiza la tristeza.
Ese tipo de alimentación hace mucho mal porque, en vez de liberar, mantiene a la persona prisionera, padeciendo el resentimiento. Entonces, la persona sufre lastimada y llora, porque la vida no realiza sus deseos y fantasías; atiende apenas las exigencias de la salud”.
El no hace siempre lo que queremos porque no siempre pedimos lo que es mejor para nosotros.
Existe un llanto alegre y saludable que nos alivia el peso del alma. ¿Quieres alivio? Pide a Dios el don de lágrimas. Si es para aliviarnos, el llanto no puede nacer de la voluntad de la carne. No debe ser mero fruto de nuestro esfuerzo. Necesita ser gracia de Dios y tiene que nacer de las profundidades del alma: “Desde lo profundo, clamo a Ti, Señor” (Salmo 129,1). San Agustín entiende que, cuando son sinceras, las lágrimas son sangre del corazón. Entonces, cuando lloramos, un milagro acontece, una vida se renueva, un proceso de sanación inicia y son anuladas las fuerzas de muerte que actúan contra nosotros.
Cuando el llanto es don de Dios, llorar calma la tempestad de la vida: aquel huracán, que soplaba con violencia y amenazaba arrastrar todo y a todos, cambia por viento leve, brisa mansa. El llanto que viene de Dios es revelador, es luminoso y, muchas veces, pone luz en lo oscuro de nuestra vida.
Cuando la luz se enciende, todo miedo se disipa. Existen muchas perturbaciones que sufrimos por falta de luz. El diablo no soporta la claridad. Se enciende una luz, huyen los demonios.
Márcio Mendes
del libro "O dom das lágrimas"
editora Canção Nova.
adaptación del original en português.
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