LLORAR ES PARA QUIEN TIENE CORAJE
Don de Lágrimas - Parte XV
Cuando hablo de “don de lágrimas”, recuerdo lo que afirma la Sagrada Escritura:
“la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres (1Cor 1,25).
La gente todavía carga las marcas de un pasado que dice que los hombres no lloran. No es verdad. Ni es justo.
Solo puede llorar quien es gente. Llorar es propio de quien es humano –de quien no tiene miedo a la verdad, ni tiene miedo de encontrarse consigo mismo- Llora en Dios aquel que no se esconde de si y enfrenta la verdad, aún cuando ella es desagradable.
Hay un grado de sabiduría que sólo los que sufren pueden experimentar. Quien evita un dolor se vuelve incapaz de aprender. Solo es capaz de aprender con la vida quien se arriesga a errar y se expone al peligro de ser herido. Ya lo decía San Francisco de Sales: “Aprovechemos nuestras propias faltas para conocer nuestra miseria”. En las lágrimas, Dios se revela y el hombre se encuentra consigo mismo. San Juan de la Cruz, maestro en el asunto, siempre afirmaba que las comunicaciones verdaderamente divinas tienen el poder de, al mismo tiempo, elevar y humillar. Porque es en ése momento que la persona se enfrenta con sus fragilidades y pecados. En ese camino descender es subir y subir es descender, pues “quien se humilla será exaltado, y quien se exalta será humillado”. (lucas 18,14)
De repente, es como si una ventana se abriese en el corazón y el sol de verdad penetrase hondo, iluminando todas las cosas que están guardadas y escondidas. La persona, entonces, vislumbra su miseria, sus pretextos mentirosos, sus segundas intenciones, su crueldad y sus perversiones. Ella se confronta con su omisión y cobardía, y, por fin, toca en los orígenes y entrañas de su orgullo.
Aquel concepto elevado que tenía de si mismo se derrumba como un castillo de arena tocado por las aguas de sus lágrimas. Iluminado por la luz de Dios no tiene como esconderse y ni quiere permanecer justificándose. En esa hora, no hay qué decir. Las palabras no dan cuenta. Los argumentos caen por tierra y la persona, desarmada e indefensa, llora. Lágrimas fecundas brotan de su corazón, pues Dios sólo puede rehacer nuestra vida e infundirnos su fuerza cuando estamos enteramente abandonados a él. Es una experiencia de desierto.
Márcio Mendes
Libro "O dom das lágrimas"
editora Canção Nova
Adaptación del original en português
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