En su evangelio, San Juan pinta un cuadro de creciente hostilidad y odio hacia Jesús de parte de los fariseos, los escribas y los jefes religiosos, al punto de que hasta los que habían creído en él se dejaban arrastrar por la corriente de rechazo y persecución, que era cada vez más fuerte. Era una prueba para su fe y Jesús trataba de fortalecerlos enseñándoles la verdad.
A sus seguidores les dijo: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán verdaderamente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres.” Esa verdad era la realidad de que Jesús es efectivamente el Hijo de Dios, la presencia de Dios en persona entre ellos, el “Yo Soy”, que es la “luz del mundo” y “la luz de la vida” (Juan 8, 12).
Pese a la hostilidad, Jesús siguió tratando de enseñar a las multitudes incrédulas que él ciertamente había sido enviado por el Padre; que había que apartarse del pecado y convertirse a Dios. Los judíos aducían ser descendientes de Abraham y se jactaban de ser libres, pero en realidad eran esclavos, y nada menos que esclavos del pecado, como se lo dijo Cristo: “Si fueran hijos de Abraham, harían las obras de Abraham” (Juan 8, 39). Abraham creyó y por su fe fue bendecido por Dios. En cambio, los judíos querían matarlo porque habían aceptado las mentiras del diablo y rechazado las verdades de Dios (igual que Adán y Eva), y así su infidelidad quedaba demostrada por sus obras.
La Escritura enseña que Jesús es el camino, la verdad y la vida; él es el camino al Padre y cuando creemos en Cristo y lo seguimos por el camino del amor y la obediencia, encontramos la verdad y la libertad. Pero la oscuridad del pecado nos impide ver en qué consiste la verdadera libertad. Sólo podemos conocer esta libertad cuando aceptamos a Jesús y le pedimos que él sea nuestro Señor y Salvador. Es bueno estudiar la experiencia de los santos para descubrir la veracidad de esta afirmación, y también podemos descubrirla por experiencia propia.
“Padre celestial, concédeme, te ruego, la gracia de seguir a Jesús, el camino, la verdad y la vida; y enséñame a rechazar el pecado que me impide experimentar la verdadera libertad. Fortalece mi fe, Señor, para seguir fielmente a tu Hijo en todas las situaciones y circunstancias de la vida.”
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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