“Jesús salió a su encuentro y les dijo: Alegraos!”
“Venid a ver el lugar donde pusieron al Señor” (Mt 28,6)...Venid a ver el lugar donde se redactó el acta de garantía de vuestra resurrección. Venid a ver el lugar donde la muerte fue sepultada. Venid a ver el lugar donde un cuerpo, semilla no sembrada por el hombre, ha dado multitud de fruto en espigas de inmortalidad...” ¡Id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea; ahí me verán” (Mt 28,10). ¡Anunciad a mis discípulos los misterios que habéis contemplado.
Esto es lo que el Señor dijo a las mujeres. Ahora todavía, en la entrada de la piscina bautismal, él está presente, invisible, cerca de los fieles, abraza a los bautizados como a amigos y hermanos...Colma sus corazones y sus almas de alegría y gozo. Limpia sus impurezas en las fuentes de la gracia. Unge con perfume del Espíritu Santo a los que han sido regenerados. El Señor se convierte en aquel que los alimenta y en alimento suyo. Procura a sus siervos el alimento espiritual. Dice a sus fieles: “Tomad y comed el pan del cielo, recibid de la fuente que nace de mi costado, donde siempre quedaréis saciados sin que se agote este manantial. Vosotros que tenéis hambre, ¡saciaos! ¡Vosotros que tenéis sed, embriagaos del vino sobrio de salvación!
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía,
después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre el Gran Sábado, 10-13; PG 88, 1860-1866
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