viernes, 18 de marzo de 2016

Cuidados con las penitencias absurdas en la Cuaresma

Es necesario tener mucho cuidado con las penitencias absurdas en la Cuaresma

Cuaresma es tiempo de luchar contra nuestros pecados, porque él es la peor realidad para nosotros. El Catecismo dice: “A los ojos de la fe”, ningún mal es más grave que el pecado, y nada tiene consecuencia peores para los propios pecadores, para la Iglesia y para el mundo entero” (n. 1489).
Mirando para Jesús, desfigurado y destruido en la cruz, entendemos el horror que es pecado. Fue necesario la muerte de Cristo para que nos libre del pecado y de la muerte eterna, la separación del alma de Dios. Entonces, la Iglesia nos propone 40 días de penitencia, de resistencia contra el pecado en la Cuaresma.

Penitencia

Esta practica esta basada en la vida del pueblo de Dios. Durante 40 días y 40 noches, cayó el diluvio que inundó la tierra y extinguió la humanidad pecadora (cf. Gn. 7,12). Durante 40 años, el pueblo elegido quedo perdido por el desierto, en castigo por su ingratitud, antes de entrar en la tierra prometida (cf. Dt 8,2). Durante 40 días, Exequiel quedo acostado sobre el propio lado derecho, en representación del castigo de Dios inminente sobre la ciudad de Jerusalén (cf. Ez 4,6). Moisés ayunó durante 40 días en el Monte Sinaí antes de recibir la revelación de Dios (cf. Ex 24, 12-17). Elias viajo durante 40 días por el desierto, para escapar de la venganza de la reina Jezabel y ser consolado e instruido por el Señor (cf. 1 Reis 19,1-8). El propio Jesús, después de haber recibido el bautismo en el Jordán, y antes de comenzar la vida publica, pasó 40 días y 40 noches en el desierto, rezando y ayunando(cf. Mt 4,2). Es un tiempo de lucha contra el mal.

San Pablo nos ofrece una indicación necesaria: “Los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios. En el momento favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí. Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación”(2 Cor 6,1-2). La liturgia de la Iglesia aplica estas palabras en particular al tiempo de la Cuaresma. “Conviértete y cree en el Evangelio” y “Recuerda que eres polvo y al polvo vas volver”.

Invitación a la conversión
La primera invitación es la conversión, es una advertencia la superficialidad de nuestra forma de vivir. Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: una verdadera y total inversión de dirección. Conversión es ir contra la corriente, contra la vida superficial, incoherente y ilusorio, que a menudo nos arrastra, domina y nos convierte esclavos del mal o por los menos prisioneros de él. Jesucristo es la meta final y el sentido profundo de la conversión; Él es camino al cual somos llamados a seguir, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza. La conversión es una decisión de fe, que nos involucra enteramente en la comunión intima con la persona viva y concreta de Jesús. La conversión es el ‘sí’ total de quien entrega su vida a Jesús por la vivencia del Evangelio. “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Renuncien a su mal camino y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

Penitencia no es para hacer mal
Para superar a nosotros mismos, nuestras debilidades y pasiones desordenadas, la alegría recomienda, especialmente en la Cuaresma, el ayuno, la esmola y la oración como “remedios contra el pecado”, con el fin de dominar las debilidades de la carne y acercarse de Dios. Por lo tanto, no se debe hacer una penitencia exagerada, una mortificación que hace la persona quedarse enferma o sentirse mal. El ayuno exige, sí, pasar un poco de hambre durante el día, pero sin hacer daño a la persona, sin quitar su condición de trabajar, rezar etc.

Saber callar puede ser una buena penitencia
Hay formas de mortificación, como cortamos lo que no nos gusta, sea para el cuerpo o para el espíritu, pero existe personas que hacen excesos: peregrinaciones demasiadas largas, penitencias con heridas, perjudicando la salud. Dios no quiere eso, Él no nos pide lo imposible.
¿Cuál mortificación necesito hacer? Es aquella que sacrifica mi pecado. Si yo soy orgulloso, entonces mi penitencia debe ser el ejercicio de humildad: vencer todo orgullo, ostentación, vanidad, exhibicionismo, deseo de parecer, de imponer a los demás y saber callar.

Si tu pecado es el apego a los bienes materiales y al dinero, entonces yo necesito ejercitar mucho la buena y abundante limosna, el desapego del mundo y de las criaturas. Si mi mal es la lujuria y la impureza, entonces voy ejercitar la castidad en los ojos, oídos, lecturas, pensamientos y actos. Si soy impulsivo, voy conquistar la mansedumbre; si soy envidioso, voy buscar la bondad; si soy perezoso, voy trabajar mejor y ser diligente en servir a los demás sin interés.

Perdonar puede ser más importante
San Francisco de Sales, doctor de la Iglesia, dijo que la mejor penitencia es aceptar, con resignación, los males que Dios permitió que nos lleguen porque Él sabe de lo que necesitamos, y así nuestros pecados son vencidos. La penitencia que Dios nos manda es mejor que aquella impuestas por nosotros mismos. Entonces, acepta, especialmente en la Cuaresma, sin reclamar, sin culpar nadie, todos los males, dolores, molestias e injurias que sufrir, y ofrezca todo a Dios por tu conversión. Puede ser que dar el perdón a quien te ofendió sea más importante que quedar 40 días sin hacer eso o aquello. Una visita a un enfermo, a un preso, el consuelo de alguien afligido puede ser más importante que una peregrinación demorada. Todo es importante, pero es necesario observar lo más importante para la realidad espiritual.

Profesor Felipe Aquino
Miembro de la Comunidad Canción Nueva, reconocido por su trabajo de promover el bien y el desenvolvimiento de la Iglesia Católica como “Caballero de San Gregorio Magno” por el Papa Benedicto XVI

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