Ése era el problema de Israel, fuente y raíz de todos sus demás problemas: tenía poca memoria. Las gentes de Israel habían visto las mayores maravillas que ningún pueblo viera jamás en su historia. Pero se olvidaron. Nada más ver el milagro, se olvidaban de él. Sintieron de mil maneras la protección visible de Dios, pero pronto se encontraban como si nada hubiera pasado, y volvían a temer los peligros y a dudar de que el Señor pudiera salvarlos de ellos, a pesar de haberlo hecho tantas veces con fidelidad absoluta. Con eso ellos sufrían y provocaban la ira de Dios. Ésa era la gran debilidad de Israel como pueblo: tenía poca memoria.
“Nuestros padres en Egipto no comprendieron tus maravillas,
no se acordaron de tu abundante misericordia.”
Dios hizo maravillas en su favor, pero,
“Bien pronto olvidaron tus obras;
se olvidaron de Dios su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto.”
También yo tengo poca memoria, Señor. Me olvido. No me acuerdo de lo que has hecho por mí. Las intervenciones evidentes de tu misericordia y tu poder en mi vida se me escapan de la memoria en cuanto me enfrento a la incertidumbre de un nuevo día. Vuelvo a temer, a sufrir, y, lo que es peor, a irritarte a ti, que tanto has hecho por mí y estás dispuesto a hacer mucho más... si es que yo te dejo hacerlo abriéndome a tu acción con gratitud y confianza.
Me olvido. Tiemblo ante dificultades que he superado antes, me acobardo ante sufrimientos que antes he resistido con tu gracia. Pierdo ánimo cuando tu ayuda me ha demostrado cientos de veces que puedo hacerlo bien, huyo de batallas menos temibles que otras que tú me has hecho ganar antes. Soy cobarde, porque me olvido de tu poder.
No es que no conozca mi pasado. Recuerdo sus detalles y puedo escribir mi propia historia. Desde luego, sé las ocasiones en que has intervenido en mi vida de una manera especial para salvarla de peligros, levantarla a lo alto y llevarla hacia la gloria. Sé todo eso muy bien, pero me olvido de su significado, su importancia, su mensaje. Me olvido de que cada acción tuya es no sólo obra, sino mensaje; no sólo da ayuda, sino que expresa una promesa; no sólo hace, sino también dice. Y eso que dice, que asegura, que promete, es lo que se escapa a mi entender y a mi memoria.
Haz que entienda, Señor, haz que recuerde. Enséñame a darle a cada uno de tus actos en mi vida el valor que tiene como ayuda concreta y como señal permanente. Enséñame a leer en tus intervenciones el mensaje de tu amor, para que nunca me olvide y nunca dude de que estarás conmigo en el futuro como lo has estado en el pasado.
“Entonces creyeron sus palabras,
cantaron sus alabanzas.”
También yo quiero cantar tus alabanzas con ellos, Señor.
“Y todo el pueblo diga; ¡Amén, aleluya!”
p. Carlos Valles sj
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