Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: "Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres". Ellos le respondieron: "Somos descendientes de Abraham y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir entonces: 'Ustedes serán libres'?". Jesús les respondió: "Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado. El esclavo no permanece para siempre en la casa; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por eso, si el Hijo los libera, ustedes serán realmente libres. Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham, pero tratan de matarme porque mi palabra no penetra en ustedes. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre, y ustedes hacen lo que han aprendido de su padre". Ellos le replicaron: "Nuestro padre es Abraham". Y Jesús les dijo: "Si ustedes fueran hijos de Abraham obrarían como él. Pero ahora quieren matarme a mí, al hombre que les dice la verdad que ha oído de Dios. Abraham no hizo eso. Pero ustedes obran como su padre". Ellos le dijeron: "Nosotros no hemos nacido de la prostitución; tenemos un solo Padre, que es Dios". Jesús prosiguió: "Si Dios fuera su Padre, ustedes me amarían, porque yo he salido de Dios y vengo de él. No he venido por mí mismo, sino que él me envió.
RESONAR DE LA PALABRA
Severiano Blanco, cmf
Queridos hermanos:
Anteayer meditábamos el relato popularmente conocido como “Susana y los viejos”; hoy se nos ofrece otro episodio del repetitivo libro de Daniel, con un mensaje idéntico. La fidelidad a su Dios llevó a los tres jóvenes a sufrir persecución y verse al borde de la muerte; pero Dios no se olvidó de sus fieles. Es otra ráfaga de luz sobre la pasión de Jesús que nos aprestamos a conmemorar: Él, en definitiva, no camina hacia la muerte, sino hacia la vida, y vida en plenitud; e indica a sus seguidores la orientación certera hacia el éxito: la fidelidad a su fe. Un salmista lo había escrito siglos antes: “aunque el justo sufra muchos males, de todos le libra el Señor” (Salmo 34,20).
El relato evangélico asignado a este día requiere varias claves de lectura. Ante todo, tenemos la impresión de que el autor yuxtapuso elementos heterogéneos y no llegó a dar al conjunto la última mano: no es posible que a los judíos que han creído en Jesús él les diga que quieren matarle. Por lo demás, estas discusiones de Jesús con sus contemporáneos están formuladas a la luz de polémicas en la Iglesia naciente: una comunidad cristiana de finales del siglo primero se disputa con la comunidad judía de que procede los privilegios religiosos. Los cristianos, por su vinculación a Jesús, el verdadero descendiente de Abrahán (cf. Gal 3,16) y el auténtico Hijo de Dios, se entienden a sí mismos como partícipes de esa situación privilegiada, mientras que la comunidad judía, por su rechazo de Jesús, la habría perdido y se habría convertido más bien en hija del diablo.
Nos desviaríamos del mensaje si proyectásemos sobre la época de Jesús, o de los apóstoles, la problemática ecuménica de nuestro tiempo. No olvidemos que el evangelio se escribió para nosotros, los cristianos, no para nuestros eventuales contrincantes. Dejémonos interpelar por la llamada de Jesús a vivir en la verdad, en la libertad, y en el disfrute de la ascendencia abrahamítica y de la filiación divina. Jesús se definió a sí mismo como la verdad, y junto a él todos los oprimidos experimentaron libertad. Creer en él lleva a mirar la realidad con sus ojos, mientras que una vida en la incoherencia, en el pecado, aleja de él y priva de libertad y de limpieza en la mirada. Intentemos “dar cabida a sus palabras” y no a insinuaciones engañosas y destructoras.
Tu hermano
Severiano Blanco cmf
comentario publicado por Ciudad Redonda
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