Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: "¡Hemos visto al Señor!". El les respondió: "Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré". Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Luego dijo a Tomás: "Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe". Tomas respondió: "¡Señor mío y Dios mío!". Jesús le dijo: "Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!". Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana”, era domingo. Deberíamos recuperar el domingo como día de descanso y de encuentro con el Señor y la comunidad. De esto podremos hablar otro día, aunque os recuerdo que podéis leer el capitulo sexto de “Laudato Sí”, que nos habla sobre la importancia del día de descanso. Es la siguiente frase del evangelio de hoy la que parece determinante: “Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos”.
Otra vez el miedo, que paraliza, encierra, aparta, pone barreras. A nivel social lo estamos experimentando estos días: cuando el terrorismo acecha, llegan a nuestras fronteras los refugiados, nos sentimos aterrorizados o simplemente blindamos las puertas. En lo eclesial: una comunidad cerrada es una comunidad muerta. Los apóstoles están juntos, se consuelan por el fracaso de sus esperanzas, no quieren que los vean, se aíslan, viven sin alegría, lo que los une es el pasado, la muerte que los desconcierta. Cuando no se mira al futuro, aunque estemos todos juntos entre cuatro paredes, en el templo o en múltiples reuniones, es difícil llamarnos comunidad cristiana, en el interior falta la presencia del Resucitado.
Por eso Jesús viene, entra, irrumpe, pero no temáis viene precisamente a abrir las puertas y ventanas de la casa que decimos que es su casa. El saludo es claro: “Paz a vosotros. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. La paz y la alegría son los signos de la presencia del resucitado, en Pascua nace la comunidad cristiana, en una nueva primavera que espera renacer al futuro y construir unas relaciones distintas, basadas en el amor y la alegría serena y sencilla.
Aparece en el texto nuestro Mellizo, Tomás, estuvo ausente el domingo anterior y no acaba de entender lo de la resurrección: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Se quedó en la muerte, la cuaresma, el Viernes Santo, como a tantos cristianos, le cuesta dar el paso, lo que le hace difícil también vivir en comunidad. La comunidad exige la alegría de la Pascua, el compromiso constante de ser testigos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
Nos lo deja claro la primera lectura de las Hechos, la llegada del Espíritu de Jesús, empuja a los que ayer estaban acobardados a dar testimonio de su fe: “Hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. La comunidad pascual proclama el señorío de la vida por encima de la muerte y está presente donde parece que la muerte tiene su última palabra: Cerca de los que mueren de hambre, de bala, de accidente, de enfermedades, o de los que mueren en el espíritu a través de los odios, divisiones, angustia, depresión, desaliento… Está “en medio del pueblo” y lucha por conseguir que “todos tengan Vida y Vida en abundancia”, como nos recordará San Juan más adelante.
Es Pascua, en un tiempo en el que la mayoría no cree en el cambio de las personas, las etiqueta, las culpabiliza, ni en la transformación de la sociedad, e incluso de la Iglesia. Nosotros proclamamos con la segunda lectura del Apocalipsis:”No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos; y tengo las llaves de la muerte y del infierno. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde”. Y es que en nombre de este Jesús vencedor de la muerte, también nuestras comunidades parroquiales deben de disponerse a revivir la Pascua como una lucha decidida contra todas las formas de muerte.
Es tiempo de que nazcan las flores, los brotes, es tiempo de futuro, no nos encerremos entre cuatro paredes, salgamos a contar historias de misericordia, a comunicar la alegría de habernos encontrado con el Resucitado, a relatar y escribir nuestros cambios.
Comentario publicado por Ciudad Redonda
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