« -Usted perdone -le dijo un pez a otro-,
es usted más viejo y con más experiencia
que yo y probablemente podrá usted
ayudarme. Dígame ¿dónde puedo encontrar
eso que llaman océano? He estado buscándolo
por todas partes sin resultado.
-El océano -respondió el viejo pez- es donde estás ahora mismo.
-¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que
yo busco es el océano -replicó el joven pez,
totalmente decepcionado, mientras se marchaba
nadando a buscar en otra parte-…[1]»
Existen muchas clases de acompañamiento. Desde un acompañamiento terapéutico hasta un acompañamiento formativo, pero ¿sabemos qué significa de verdad acompañar? Todos hemos sido acompañados en algún momento de nuestra vida. Desde casa hasta en la escuela, pues el ejercicio escolar es un acompañamiento también. Supondríamos que una persona es acompañada cuando atraviesa un proceso por el cual caminar solo sería difícil si no imposible. También, requerimos ser acompañados por simple necesidad de sentirnos más fuertes ante una situación adversa.
Para comprender todo lo que implica acompañar es importante considerar ambas posibilidades: acompañar y ser acompañado, es decir, acompañar-se. Desde luego, sabemos que están implicados afectos pues no somos máquinas dedicadas a cumplir una función determinada. En términos simples, uno pone sentimiento en lo que hace y si es algo que lo motiva pondrá mucho mayor empeño en que sea una experiencia grata que le brinde la satisfacción de entregarse completamente.
Quienes han acompañado a personas saben muy bien que se requiere de un trabajo personal que permita estar “preparado” por dentro para el recorrido que emprende con la otra persona. Sin embargo, fuera de que sea un profesional preparado o no, la persona que es acompañada necesita “dejarlo entrar” para que ese proceso fluya, de lo contrario sería imposible.
Existen muchas resistencias a la hora de llevar a cabo un acompañamiento puesto que no se trata sólo de momentos felices sino que habrá que atravesar facetas en las cuales los “monstruos” más profundos emerjan y produzcan crisis indeseables.
Gracias a estas crisis el acompañamiento se convierte en un proceso de elaboración que permite reacomodar las piezas para resignificar los momentos dolorosos que no dejan avanzar. Para esto, debemos comprender que acompañar a una persona no significa llegar como un mesías que le iluminará el camino, sino como otro ser humano que probablemente ha atravesado por el mismo proceso y desde su experiencia viene a transitar a su lado para que el camino sea menos arduo.
Acompañar es estar expuesto, en ambos lados, pues qué brindará mayor sabiduría que aquellas palabras o consejos que vienen del alma misma y que han servido en el pasado para sanar al acompañante en su propio proceso. A veces cometemos el error de pensar que cuando una persona se dedica al acompañamiento debe mantenerse al margen, y en nombre de la objetividad se exhorta a que cancele todo aquello que devele su naturaleza humana: sentir.
Si bien es cierto que es menester un trabajo formativo previo y la capacidad de tomar distancia cuando se requiera para tener una perspectiva más clara; la principal herramienta es nuestra capacidad para ser empático con el dolor del otro; es nuestra persona, nuestra escucha, nuestro tiempo, nuestra alma la que está puesta ahí como préstamo para que el otro se encuentre. Esa es la labor más difícil en el acompañamiento.
¿Tendremos la sabiduría para acompañar a alguien? ¿Podríamos dejarnos acompañar con el corazón? ¿Qué significa para cada uno ser acompañado? Son cuestiones que deambulan en un proceso de acompañamiento. Suele ser confuso puesto que dicho proceso nos plantea preguntas hacia nuestra propia persona, sobretodo cuando algo de lo que se juega en el acompañamiento es del orden de la relación terapéutica que se ha germinado.
Contar con la sabiduría para acompañar a alguien requiere de una aceptación incondicional y la certeza de que no habrá certeza alguna puesto que, como en todo vínculo, aquello que florezca en una relación estará cimentado en la apuesta porque el otro encuentre su camino. Siendo así, el fruto de ese pasaje la satisfacción de culminar un encuentro sea como haya sido.
Pareciera entonces que no estamos seguros de que funcione pero sí estaremos conscientes de que en ese andar habrá algo verdadero e inexpugnable, que pese a haber sido una mala experiencia tuvo lugar en ese encuentro: la puesta en acto de nuestra capacidad de estar con el otro.
“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;
porque de él mana la vida.” (Provebios 4:23)
(1) “El pequeño pez”, extraído de El canto del pájaro de Anthony De Mello.
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