Jesús dijo a sus discípulos: Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos. Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.
Fernando Torres cmf
El Evangelio de hoy habla de los falsos profetas. Conviene tenerlo en cuenta porque si lo olvidamos pensaríamos que Jesús está predicando un cierto determinismo sobre las personas. Si lo olvidamos, parecería que Jesús afirma que el que es malo va a ser malo siempre, que no tiene solución. Y llegaríamos a la conclusión de que los que son “árboles dañados” hay que talarlos y echarlos al fuego. Dicho en otras palabras: expulsarlos de la comunidad. Y eso no está muy de acuerdo con el Evangelio de la misericordia ni con el Dios del Reino que acoge a todos sus hijos e hijas, que abre la puerta de la vida y de la esperanza a todos. Y que –cada uno de nosotros lo sabemos bien– nos da siempre una segunda oportunidad.
Jesús se refiere a los falsos profetas. A los que van por ahí, quizá con cargos de responsabilidad en la comunidad cristiana o en la sociedad, y se dedican a dar clases de moral y de comportamiento ejemplar a todos los demás. Jesús se refería a los fariseos que tenían cierta tendencia a mirar a los demás por encima del hombro. Porque ellos eran los que sabían de la ley y la cumplían hasta el más mínimo detalle. En otro texto del Evangelio, Jesús les llama “sepulcros blanqueados”. No hace falta explicar que les acusaba de guardar mucho las apariencias y de cuidar mucho su imagen pública pero que en el fondo... mejor no hablar.
Hoy sigue habiendo muchos “fariseos” entre nosotros. La corrupción en el mundo de la política y de la economía sale a la luz y casi nos da miedo pensar la cantidad de porquería y miseria que hay por debajo de unas apariencias a veces tan impolutas. También en la iglesia hemos tenido y tenemos nuestra parte de corrupción. También somos “humanos”. T eso no sucede sólo en los más altos niveles. Casi podríamos decir que los dirigentes son sólo más corruptos que nosotros. Y que nosotros seríamos tan corruptos como ellos si tuviéramos oportunidad.
Nos hace falta un poco más de humildad para reconocer al “fariseo” que todos llevamos dentro. Para darnos cuenta de que las palabras de Jesús se dirigen también a nosotros, que todos somos profetas y que todos tenemos la tentación de ser falsos profetas, de cuidar más las apariencias que la realidad en nuestra vida. Que mucho más importante que nos reconozcan por nuestras palabras o por nuestras apariencias o imagen es que nos reconozcan por nuestras obras, por nuestros frutos.
Y todo esto se aplica por igual al que escribe estas líneas. A ser todos más humildes. Y sin perder la esperanza. Porque Dios Padre nos quiere tanto que seguro que nos dará una segunda oportunidad que nos permita cambiar de vida.
Fuente del comentario: Ciudad Redonda
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