Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado". "Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?". Pedro, tomando la palabra, respondió: "Tú eres el Mesías de Dios". Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie. "El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día". Después dijo a todos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.
RESONAR DE LA PALABRA
Julio César Rioja, cmf
Queridos hermanos:
Empecemos parafraseando alguna idea de Hans Küng, sobre qué es la fe cristiana, que al fin y al cabo es el tema del evangelio de este domingo. La fe cristiana no abarca todo lo verdadero, bueno, bello y humano. Nadie puede negarlo: también fuera de la fe cristiana hay verdad, bondad, belleza y humanidad. Sin embargo, sólo es legítimo llamar fe cristiana a todo lo que, en la teoría y en la praxis, tiene una relación positiva y expresa con Jesucristo. No tiene fe cristiana todo hombre de verdadera convicción, sincera fe y buena voluntad. Nadie puede olvidarlo: también fuera de la fe cristiana hay verdadera convicción, sincera fe y buena voluntad. En cambio es legitimo llamar hombre de fe cristiana a todos aquellos cuyo vivir y morir está últimamente determinado por Cristo.
No es Iglesia cristiana todo grupo de meditación o de acción, toda comunidad de hombres comprometidos que, para salvarse, procuran llevar una vida honesta. Jamás se debería haber puesto en duda: también en otros grupos fuera de la Iglesia hay compromiso, acción, meditación, honradez de vida y salvación. En cambio, es legítimo llamar Iglesia cristiana a toda comunidad, grande o pequeña, de personas para las cuales sólo Jesucristo es el último determinante. No hay fe cristiana en todas las partes en que se combate la inhumanidad y se realiza la humanidad. Es una verdad manifiesta que fuera del cristianismo (entre judíos, musulmanes, hindúes y budistas, entre humanistas y ateos declarados…) se lucha contra la inhumanidad y se promueve la humanidad. Sin embargo, no hay fe cristiana más que donde, en la teoría y en la praxis, se activa el recuerdo de Jesucristo.
La fe cristiana y el cristiano no se distingue de los demás por las obras exteriores que realiza, pero sí por su interioridad: por la fe en Jesús de Nazaret. Eso es lo específico cristiano, lo específico de la fe. Creer en Jesús es el centro de la fe, él nos ha proclamado repetidamente que los pequeños son los predilectos del Padre, a los pobres pertenece el Reino de Dios. Lo que hacemos a los más desfavorecidos se lo estamos haciendo al mismo Dios (Mt 25,31-46). Por eso la Caridad verifica la fe, el estar al lado del Crucificado y de los crucificados de la historia, habla del Dios en el que creemos y de sí creemos en el Dios de Jesús, en la esperanza, en su resurrección: “El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al tercer día”.
La fe no contrapone nada, es experiencia del seguimiento de Cristo y para Jesucristo, lo definitivo, lo decisivo es estar con los que sufren: acercarse a los enfermos, tocar la piel de los leprosos, abrazar a los niños, comer con los pecadores y excluidos, estar con la gente indeseable: prostitutas, adúlteros… La fe es amor, (caridad), descubrir en el rostro de los pobres, el rostro de Dios, no hay nada verdaderamente humano: la persona, la razón, la cultura, la ciencia, la política, la justicia, el mundo…; que no nos interese y afecte. “¿Quién dice la gente que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie”.
La fe cristiana ha estado siempre en guardia, tanto respecto de los que confiesan a un Jesús divino que juega a ser humano, como los que ven en él a un gran hombre, que sólo tiene de divino lo que nosotros le pongamos. Jesús es Mesías, pero Mesías sufriente. El camino del discipulado lleva a descubrirlo como Hijo de Dios, pero no evita entrar en la dureza de cargar con la cruz: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”. No es cristiano quien sólo ve a Jesús como una buena persona, pero tampoco es quien busca un Jesús Mesías que pasa por el mundo de puntillas, sin mancharse en la historia. Lo demás es inventarse otra fe, otro Dios, otra Iglesia, eso existe, pero no es el seguimiento de Jesús. La fe es anuncio de la Buena Noticia, encuentro, que hace que humildemente formemos una comunidad. Nuestra fe no nos hace ni mejores ni peores, la fe es una experiencia, es revestirse de Cristo, como nos dice San Pablo en la segunda lectura. Esta es la confesión de Pedro y la nuestra.
Fuente del comentario: Ciudad Redonda
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