lunes, 20 de junio de 2016

“No juzguen y no serán juzgados.” (Mateo 7, 1)


¡Qué fácil es juzgar! Es un hábito propio de nuestra fragilidad humana, que nos hace compararnos con otros para hacer resaltar los defectos de ellos y las virtudes nuestras. Pero los que han sido tocados por el amor de Cristo, los que han conocido la misericordia y el perdón del Redentor, están conscientes de su imperfección, su necesidad de perdón y su pequeñez delante de Dios. Ellos pueden regocijarse sinceramente por las virtudes y los éxitos de los demás y ofrecer compasión y ayuda, sin condenación alguna, cuando ven que otros fallan.

Jesús es el juez perfecto. Sus juicios son justos y verdaderos, llenos de compasión y misericordia. Siempre lamenta nuestros pecados y nos ofrece su sanación y perdón una y otra vez, y toda vez que nos acercamos al Señor arrepentidos, lo encontramos dispuesto a recibirnos y perdonarnos. En efecto, Jesús es nuestro ejemplo perfecto. Él, que tiene poder divino para juzgar, prefiere bendecir; y cuando nos hace ver nuestros pecados, lo hace no para condenarnos, sino para rescatarnos.

Así pues, ya que recibimos tanta clemencia y compasión de nuestro divino Juez, no juzguemos a los demás con la imperfección de nuestros miopes razonamientos, sino más bien, amémonos los unos a los otros, como San Pablo alentaba a los colosenses: “Sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes” (Colosenses 3, 12-13). Si lo hacemos así, la paz del Señor reinará en el corazón de todos.

Dios ha escogido a sus fieles para que pertenezcan a su pueblo, de modo que lo primero que hemos de hacer siempre es pedirle al Señor que quite de nuestros ojos todas las “vigas” (Mateo 7, 4-5) que nos impiden ver al otro con la pureza y el amor de Dios. Todos hemos sido perdonados y redimidos en Cristo; nadie queda excluido de su gracia. Cuando aprendemos a considerar a los demás de esta forma, empezamos a tratarlos con la misma misericordia que Dios ha tenido con nosotros.

“Padre celestial, cuando estábamos perdidos en el pecado no nos condenaste, sino que enviaste a tu Hijo a redimirnos mediante su cruz. Envía, Señor, tu Espíritu Santo y enséñanos a no juzgar a los demás, sino a mirarlos con los ojos de tu amor, para que demos frutos de amor y paciencia, y así te demos gloria.”
2 Reyes 17, 5-8. 13-15. 18
Salmo 60(59), 3-5. 12-13

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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