lunes, 20 de junio de 2016
LA PRESENCIA AMIGABLE DEL PADRE
por Roberto Avila Rangel
ALMAS - México
Cuando nacemos y a lo largo de los primeros años de vida, la relación principal que tenemos es con nuestra madre. Ella nos alimenta y pasa la mayor parte del tiempo con nosotros. El vínculo afectivo que se genera, suele ser íntimo y profundo. Pareciera que estamos fusionados con ella (a nivel emocional). Poco a poco, vamos adquiriendo mayor independencia conforme desarrollamos nuevas habilidades. Además, descubrimos que existe la presencia de alguien más, alguien que en principio amenaza nuestra relación madre-hijo (a), pero que jugará un rol clave en el desarrollo de la identidad sexual. Nos referimos al padre.
Alrededor de los tres años de edad es la etapa en la que descubrimos el sexo, es decir, que hay varones y mujeres. El mundo empieza a ser un lugar en donde existe lo sexual y, además de haber papás y mamás, hay niños y niñas, tíos y tías, primos y primas, maestros y maestras. ¡Ah! Pero el descubrimiento más importante se da cuando nos damos cuenta de algo: ¡también nosotros somos niño o niña! Este hecho es la base de que nuestra identidad sexual se desarrolle.
En el mundo sexual recién descubierto, las presencia de los padres o, de ciertas figuras que los representen (abuelos, tíos, entre otros), es la principal en el desarrollo del niño. Ellos son el primer modelo de ser varón o mujer. Ahora bien, sin pretender restarle importancia a la presencia de la madre, hablaremos un poco del papel que juega el padre en este proceso de identificación sexual.
Al darse cuenta de que existe esta diferencia sexual, el niño o la niña imitan el comportamiento del progenitor del mismo sexo, para así aprender los roles y conductas que socialmente más relacionadas con su ser varón o mujer. El otro progenitor, se vuelve el modelo del sexo opuesto.
En el caso de la presencia del padre, ésta contrasta a la de la madre y además es el modelo del hijo varón en cuanto figura masculina. Esta situación se acentúa, porque también el niño admira a su madre y la ve como la mejor mujer del mundo. Por lo tanto, para tener un lugar tan especial como el de papá en el corazón de mamá, debe parecerse a él (pues también es varón). Así, el niño ve en el papá alguien especialmente admirado por mamá y un modelo en el que puede confiar.
Veamos el caso de la niña. Para ella, el modelo de feminidad es la mamá. La hija también desea ser querida y admirada por papá, tanto como lo es la madre y, por lo tanto, busca imitarla. Finalmente, la niña descubre que no tiene el mismo papel que mamá en su relación con papá, pero sí puede aspirar a convertirse en “la princesa” de éste. Sin embargo, el padre, no sólo jugará este papel, también es quien la introduce en el mundo de lo masculino, en el sentido de que será su primera referencia en cuanto a relación con personas del sexo opuesto.
Tanto para el varón, como la niña, el hecho de que el padre tenga una presencia amigable es fundamental. Un padre poco involucrado emocionalmente, ajeno a la crianza de los hijos o, en el caso más grave, violento en su manera de relacionarse, puede tener un impacto profundamente negativo en la personalidad. El niño no tiene un modelo confiable de masculinidad, sobretodo si el padre ejerce violencia en contra de la madre (recordemos que el hijo varón la admira profundamente). La niña, por su parte podría ver en los hombres un “mundo” amenazante, el cual se debe evitar; en ambos casos, sería mejor “quedarse” en el mundo seguro: el femenino (representado por la madre).
El riesgo de esta situación es que el niño no se identifique con su masculinidad o, que identificándose con ésta, imite el comportamiento del padre (poco afectivo y violento). En el caso de la niña, el riesgo es que se aleje del mundo amenazante de los hombres o rechace su ser femenino, evitando salir lastimada. En ambos casos afecta su autoestima.
Una presencia amigable en el padre, entonces, ayuda a desarrollar la personalidad y desenvolverse en la vida. Sentirnos bien con nuestro propio sexo, es base para tener mayor seguridad en nuestra relación con otros.
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