Los jóvenes gustamos mucho de ser rebeldes, pero en realidad estamos desorientados. Como dice San Pablo en Tito 3,3-4 “Pues también nosotros fuimos de esos que no piensan y viven sin disciplina: andábamos descarriados, esclavos de nuestros deseos, buscando siempre el placer. Vivíamos en la malicia y la envidia, éramos insoportables y nos odiábamos unos a otros. Pero se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres”. En Lucas, Jesús cuenta las tres parábolas de la misericordia y nos muestra como Dios nos ama tanto. En la parábola del hijo pródigo, Jesús nos muestra que somos hijos de Dios, amados por El y especiales para El. Por más de que hayamos pasado por tantas situaciones y sufrimientos, debemos convencernos de que somos hijos de Dios.
En el pasaje, vemos que el hijo pide al padre la parte de su herencia. Esa actitud es un grito de independencia y libertad. El padre le da la herencia y este se marcha. Pero ¿por qué el padre dejó ir a su hijo? ¿Por qué Dios nos deja hacer lo que queremos? El Señor permite que eso suceda, porque sabe sacar lo bueno de lo malo, y usa el mal como materia de salvación.
Aquel joven, al partir a un lugar lejano, se olvida de Dios, quiso estar lejos del padre. Cuando entramos en el pecado, también vamos olvidándonos del Señor. Escogemos lo que queremos, y no queremos saber más de la casa del Padre. En medio de la abundancia no nos acordamos de Él, hasta que llega el hambre.
Aquel joven, así como nosotros hacemos a veces, gastó todo y despilfarró. Vivió una vida desenfrenada, buscando la felicidad, y solo encontró placer, y el placer pasa. Por eso tenemos que dominarnos, ponernos límites para controlarnos.
Después de que malgastó todo, llegó una gran hambruna en la región, y el comenzó a pasar necesidades. Y todo aquello que era libertad se volvió esclavitud. El hambre estaba lejos de la casa del padre, pero cuanto más nos apartamos de esa casa, más nos acercamos a las dificultades.
Aquel que salió de la casa dejó de trabajar con el padre, para ir a servir a sus pecados. Alimentar a los cerdos y vivir esa vida desenfrenada y servir al pecado. El placer no nos alimenta y no nos satisface; terminamos alimentando los pecados en vez de convertirnos, pero corresponde a cada uno decidir si volvemos a caer en una experiencia o en una decepción.
Calmarnos para poder separarnos del pecado
Tenemos que calmarnos, pues si continuamos en la agitación nunca vamos a conseguir separarnos del pecado. En el mundo hoy, todo es ruidoso; tenemos miedo de parar y escuchar a Dios. En ese momento, es necesario calmarnos y tranquilizarnos.
Cuando nos calmamos, conseguimos ver que no estamos tan unidos al pecado. Estamos sumergidos sí, pero vemos que no es imposible liberarnos con la ayuda de Jesús.
Dios, por amor a nosotros y por misericordia, viene y nos salva. No por mérito nuestro, si no por amor. El Señor hace que volvamos a Él. Volver en sí , para y calmarnos. Comenzamos a vivir la purificación, para que hagamos una fiesta y nos encontremos con Dios, la felicidad que nunca pasa. Es necesario calmarnos, cesar toda agitación. Volver a Dios, porque el mejor lugar del mundo es donde El está.
Emanuel Stênio
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
Predica durante el evento PHN
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
Predica durante el evento PHN
fuente Portal Canción Nueva en español
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