viernes, 5 de agosto de 2016

COMPRENDIENDO LA PALABRA 050816

Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et Spes,§ 37-38
Ver al Hijo del hombre, cuando venga en su Reino

    La Sagrada Escritura, con quien está de acuerdo la experiencia de los siglos, enseña ala familia humana que el progreso altamente beneficioso para el hombre también encierra, sin embargo, gran tentación, pues los individuos y las colectividades,  subvertida la jerarquía de los valores y mezclado el bien con el mal, no miran más que a lo suyo olvidando lo ajeno. Lo que hace que el mundo no sea ya ámbito de una auténtica fraternidad, mientras el poder acrecido de la humanidad está amenazado con destruir al propio género humano...

    A la hora de saber cómo es posible superar tan deplorable miseria, la norma cristiana es que hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección todas las actividades humanas. El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios, pues Dios las recibe... Cristo, hombre perfecto, entró en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo (Ef 1,10). Él es quien nos revela que «Dios es amor» (1Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es «el mandamiento nuevo» (Jn 13,34) del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universa no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria. El, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la justicia y la paz.


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