lunes, 15 de agosto de 2016

Meditación: Lucas 1, 39-56

La Asunción de la Santísima Virgen María
Apareció en el cielo una gran señal: una mujer envuelta en el sol como en un vestido. (Apocalipsis 12, 1)
La relación entre la Virgen María y su Hijo es naturalmente muy cercana. Para que cumpliera la misión de ser Madre de su Hijo, Dios preservó a María del pecado original desde el momento mismo de su concepción e infundió en ella el firme deseo de amar a Dios y a su pueblo. Fiel hasta el final, ella tuvo una participación privilegiada en la resurrección de Jesús cuando, al final de su vida terrena, fue asunta al cielo en cuerpo y alma.
Incluso después de su asunción, María sigue siendo el ejemplo más elocuente y eficaz de la vida cristiana. Así como ella participó en la lucha de Jesús contra Satanás, ahora comparte el triunfo de su Hijo sobre el diablo y sobre la muerte misma. Ella es la primera que experimentó lo que es el destino de todo cristiano: el privilegio de llegar ante el trono de Dios como una nueva creación y compartir plenamente en la vida divina del Señor.
El lugar de María en el cielo es una señal de esperanza para todos los que anhelamos tener parte en la resurrección de los muertos. Así nosotros también reinaremos con Cristo; también contemplaremos la hermosura de Dios y la majestad de nuestro Salvador; también seremos rodeados por los coros celestiales en toda su gloria y majestad. Esta es la esperanza y la herencia que tenemos en Cristo. En esto tenemos que pensar con mucha ilusión.
Hoy, mientras usted procura avanzar hacia la meta que María ya alcanzó, haga todo lo posible por llevar una vida semejante a la suya. Usted, que ha sido purificado en las aguas del Bautismo, puede rechazar el pecado y las tentaciones del demonio. Lleno del mismo Espíritu Santo, cuya sombra cubrió a María, usted puede seguir sus inspiraciones y encontrar la gracia necesaria para vivir según su fe.
Así, animados por la asunción de la Santísima Virgen María, todos podemos amar y servir al Señor mientras hacemos todo lo que él nos dice y aguardamos su glorioso retorno a este mundo.
“Oh, María Asunta al cielo, signo de esperanza y consuelo, de humanidad nueva y redimida, ayúdanos a ser como tú llenos del Espíritu Santo, para ser fieles a tu Hijo que nos llama a ser, también como tú, sacramentos del Reino.”
Apocalipsis 11, 19; 12, 1-6. 10
Salmo 45(44), 10-12. 16
1 Corintios 15, 20-27
Fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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