En la historia de la Iglesia, muchas veces el hecho de convertirse al cristianismo es causa del rechazo de familiares y vecinos y el nuevo converso ha tenido una difícil decisión que tomar: aceptar la religión diferente de sus padres o seguir su conciencia que le apunta hacia la luz de Cristo.
Ejemplos claros son los casos de San Francisco de Asís, y Santa Teresa Benedicta de la Cruz, de nombre Edith Stein, que al convertirse al catolicismo fueron rechazados por sus familiares.
El Señor enseñaba que todo el que creyera podría entrar en el Reino de Dios: justos y pecadores, judíos y gentiles, pobres y ricos, siempre que hubiera arrepentimiento y cambio de conducta. Estas declaraciones lo pusieron en conflicto con el establecimiento religioso de sus días, porque decía que los escribas y los fariseos eran “hipócritas” y “guías ciegos”. A su vez éstos lo tildaron de alborotador y poseído del demonio.
De modo que nosotros traicionamos el Evangelio si lo reducimos a un mensaje “agradable” pero insípido para todos, que no denuncia el pecado, ni las injusticias sociales. Tal Evangelio no sería levadura en el mundo. Existe la tendencia a suavizar el Evangelio y reducirlo sólo a palabras bonitas y experiencias agradables. Cuando sucede esto, es porque el fuego se ha apagado, la levadura ha perdido su efecto, la sal ha perdido su sabor y la luz se ha extinguido.
El mensaje de Evangelio es un fuego purificador; es la levadura de la sociedad y el mundo. Pero un fuego encendido hay que atenderlo para que siga ardiendo, y nosotros, los seguidores de Jesús, somos los que hemos de reavivar el fuego y mantenerlo encendido.
“Señor mío, Jesucristo, concédeme la gracia de proclamar tu Evangelio en forma auténtica y completa en cualquier situación, pero con amor y comprensión.”Jeremías 38, 4-6. 8-10
Salmo 40(39), 2-4. 18
Hebreos 12, 1-4
fuente Devocionario Católico La Palabra Dios
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