sábado, 6 de agosto de 2016

Meditación: Lucas 9, 28-36


En la Transfiguración, los discípulos pudieron ver un pequeño destello de la gloria esplendorosa del Señor. Leyendo este pasaje, los creyentes de hoy podemos formarnos también una idea de cómo será la transformación que todos los creyentes experimentaremos en la resurrección del último día, cuando todos los fieles resucitemos y nuestro cuerpo sea transformado y glorificado, como el de Jesús en el Monte Tabor. Así viviremos para siempre con el Señor en un abrazo tan estrecho, que su naturaleza divina transformará por completo cada partícula de nuestro ser. Esta promesa, más que ninguna otra, es la base de la esperanza que tenemos en Cristo; es el corazón mismo de la fe cristiana.

¿Por qué es importante la transfiguración? Es importante porque en ella se aprecia algo de lo que Dios tiene reservado para sus fieles. Allí, junto a dos de los personajes más grandes de la historia de Israel (Moisés y Elías), Jesús demostraba ser el cumplimiento de todo lo que Dios había anunciado al pueblo de Israel. Todo indicaba que Dios estaba compartiendo su gloria con su pueblo, con cuantos depositaran su fe en Jesús.

La experiencia de los tres discípulos que vieron al Señor glorificado los fortaleció para las pruebas que tendrían en los días venideros, cuando Jesús sería arrestado y crucificado. Habiendo visto cómo sería Jesús después de su resurrección, y habiendo escuchado la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo, estos discípulos pudieron reconocer que Dios tenía control absoluto de cuanto les sucedería, a Jesús y a ellos mismos.

La promesa de la transfiguración es también para nosotros, porque más importante que el testimonio de quienes vieron a Jesús transfigurado, es saber que cada creyente puede experimentar algo de lo que ellos vieron. En nuestra propia oración podemos fijar los ojos en Jesús y experimentar su presencia. En la Misa, al arrodillarnos ante el Santísimo Sacramento, podemos llenarnos de la gloria de la vida resucitada que nos ofrece Cristo. Hoy, en tu oración personal, pídele al Señor que abra tus ojos espirituales para que viendo la transfiguración se disipen todos tus temores e inseguridades.
“Jesús, Salvador mío, no permitas jamás que pierda de vista la gloria de tu poder, por mucho que me pesen mis propias culpas y la oscuridad del mundo. Concédeme, Señor, la gracia de vivir en tu presencia para siempre.”
Daniel 7, 9-10. 13-14
Salmo 97(96), 1-2. 5-6. 9
2 Pedro 1, 16-19

fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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